En los últimos días, cuando mis amigos me mandan noticias, recortes y enlaces sobre la actualidad, lo único que contesto es «jodo petaca». Que sube la luz, jodo petaca; que la pandemia avanza cual Atila galopando sobre la tierra quemada, jodo petaca; que nieva en Zaragoza como si esto fuera Helsinki, jodo petaca; que Ayuso, Almeida, Lambán, Sánchez, la Montero, su señor marido o todos a la vez sueltan alguna de las suyas, jodo petaca… Yo lo contesto con el corazón, pues soy de natural apasionado y tengo una extrema querencia por la eficacia expresiva, pero eso no ha evitado que alguno me llame frívola y ordinaria. Craso error.

Me cuenta mi amigo José Ángel Sánchez Ibáñez, profesor de literatura en nuestra amada universidad, recordando a su vez a su viejo y querido profesor Federico Corriente Córdoba -fallecido en el perverso 2020 que nos ha tocado vivir- que éste, uno de los mayores expertos mundiales en árabe andalusí, refirió en su discurso de ingreso en la Real Academia Española un curioso dato que me siento en el deber de compartir. Nuestro «jodo petaca», tan vulgar, tan expresivo y tan propio del castellano central popular viene en verdad derivado de un muy limpio árabe húdhu bitaqah que significa «tómalo, a la fuerza», y que su variante murciana «jodo minina» viene de un no menos pulido árabe andalusí húduh minínna (tómalo, de nuestra parte).

Al usarlo con alegría estamos por tanto no solo dándole a cada noticia lo que se merece sino formando parte de ese viaje mistérico que es la evolución de las palabras. Ellas llevan dentro lo que nosotros ya hemos olvidado, pero el genio del idioma hace que seamos más exactos y tal vez más cultos cuando menos lo pretendemos. A lomos de esa extraña y poética precisión les resumo lo que esta semana he pensado del mundo: jodo petaca.