Es la primera vez que pilló a Jordi Évole en un renuncio, en un fallo. Transcurría rutinario su Salvados (La Sexta) del domingo, y pasó algo. Dedicó su programa a comprender el ánimo y la paciencia de gentes que sufren algún tipo de minusvalía. Todos conocemos a alguien próximo y sabemos que desde hace un tiempo, hay que añadir a su sufrimiento la desatención paulatina por parte del gobierno.

Dar voz, palabra y presencia a este sector tan necesitado, es algo que los periodistas olvidamos a menudo. Empatizar con ese hombre que necesita que su mujer le levante con una grúa, es un signo de humanidad, de que aún nos queda humedad en el alma. Salvados, en ese aspecto, fue inmaculado.

En la última parte del programa, Jordi visitó a Jaume, un joven valenciano tetrapléjico. Un joven inteligente y vigoroso. Se quejó de que el Estado le ha casi desamparado. Entonces a Évole se le ocurrió tomar su móvil y sin previo aviso, contactar con Jorge Moragas, mano derecha de Mariano Rajoy. Moragas se justificó que no podía dedicarles tiempo, porque estaba en otras cosas del partido. Jordi insistió. La decepción se dibujó en el rostro del joven enfermo valenciano, que contempló con desolación que nadie le atiende. Eso es demagogia. No es el cauce. Uno no puede abordar a un político cuando no sabe cuál es su actividad. Igual estaba presidiendo algo importante. El conducto es otro. Al final, el joven Jaume animó a todos a seguir luchando. Y eso sí es admirable.