Es una de las últimas y grandes leyendas de la literatura hispanoamericana y mundial, con decenas de extraordinarios libros tras de sí y una experiencia humana, intelectual y vital, de enorme valor. Jorge Edwards, escritor y diplomático chileno, visitará hoy Zaragoza para regalarnos su espíritu tolerante y universal, compendio de numerosas corrientes de pensamiento y de la novela río de toda una época.

Edwards se materializará (admiradores suyos le atribuyen, dada su ubicua capacidad, una esencia espiritual), en el Museo Pablo Serrano, que se abre con buen criterio a nuevas políticas y a la presencia cíclica de grandes autores de nuestro tiempo, como sin duda lo es Edwards.

Llega el chileno, amén de envuelto en su mito, abanderado en su último libro (Prosas infiltradas, editorial Reino de Cordelia) una prodigiosa colección de ensayos donde repasa y analiza los temas más candentes de las últimas épocas, desde la Revolución cubana hasta la herencia de Montesquieu en las democracias occidentales.

Muchos años han transcurrido desde Persona non grata, el libro que lo enemistó con Fidel Castro, pero en el que Edwards sentaba para siempre sus irrenunciables principios de apoyo irreductible a la libertad de expresión y a los derechos individuales que, contrariamente a lo que él y tantos otros esperaban, empezaron a reducirse rápida y drásticamente en la Cuba castrista.

Edwards había llegado a la isla por encargo del gobierno de Salvador Allende, con el fin de reabrir las relaciones diplomáticas entre ambos países. Su expulsión de La Habana, a los pocos meses de emprendida su misión, supuso el primer borrón del régimen castrista. Ahora, tras la muerte de Castro, Edwards hace balance de la Revolución y de su impacto en el continente americano. Lo desarrolla a la luz de una lúcida capacidad de análisis y sólidamente apoyado por una batería cultural envidiable, en la que han militado autores que le son afines, desde Montaigne o Unamuno a Pablo Neruda y Julio Cortázar.

La volteriana erudición de Edwards viene diluida, de cara al lector, por su pasmosa facilidad y claridad narrativas, virtudes que convierten sus textos en vehículos de conocimiento y placer, siempre sobre un fondo temático de mucho interés, y no habiendo aspecto de la inteligencia o del poder que le sea ajeno.

Un maestro.