En estos tiempos de mercado y globalización el viejo Aragón despoblado sigue ahí, en tierras de nadie, mostrando triste, pero todavía orgullosamente sus cicatrices y heridas en batallas y guerras, sus ruinas.

El escritor José Luis Acín, caminante de sueños, pirineista, ensayista y director del Centro del Libro de Aragón, ha bajado desde los ibones y la cordillera que tan bien conoce, y sobre los que ha escrito memorables ensayos, hasta los valles que rodean Zaragoza. ¿Su intención? La misma que suele orientar sus pasos: investigar e inventariar, testimoniar su despoblación o deshabitación, y su grado de conservación o destrucción. A tal fin ha recorrido la provincia zaragozana en busca de sus lugares perdidos, allá donde la memoria de los mapas o el recuerdo de la experiencia sigue combatiendo el olvido.

El resultado es un libro, Los pueblos olvidados (Prames) que hoy se presenta en el Centro de Documentación del Agua y del Medio Ambiente, y que conmueve profundamente al lector.

Conmovedora resulta la exposición de fotografías que muestran las calles levantadas de Tiermas o Ruesta, las ruinas de Belchite o las ermitas y torres de iglesias de pueblos vacíos como los pueblos viejos de Rodén, Mequinenza y Fayón.

Se nos encogerá el alma a la vista de las casas vacías de Escó o de la fantasmagórica silueta de Lorbés. Incrédulos, indignados, nuestros ojos se dejarán arrastrar y arrasar por todo ese abandono, muros derruidos, capiteles borrados por la lengua del tiempo, campanarios desmochados por el cierzo, sillares desperdigados por calles levantadas por raíces, por grietas, o por ese mar de rocas que antaño acogía al municipio de Pardos y que ahora parece absorberlo como si la montaña lo estuviera devorando, retornando a su ser.

Hay ejemplos, como Sierra Estronad, que algún romántico particular se ha decidido a conservar, enarbolando una esperanza contra la erosión, pero son casos aislados y en seguida volvemos a abismarnos en Sierra de Luna, en Júnez, cuya foto panorámica parece un decorado de un población arrasada por un bombardeo aéreo. O en la cercana Lacasta, difícil de acceder en su día y cada vez más aislada por el mal estado de su único vial.

El alma rural, en el infierno.