Escurridizo como una culebra de río, José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, ‘Josu Ternera’, se había inventado la tapadera perfecta: Bruno Martí, escritor venezolano, un pobre diablo atrincherado en un refugio de montaña, en los Alpes franceses. Con la procedencia latina podía disimular el francés atropellado sin levantar sospechas; con el oficio, la excentricidad de las costumbres. A nadie debía de extrañarle el comportamiento huraño ni que viviera sin aparente conexión a la red eléctrica, liberado de internet, de las series y otras zarandajas que distraen de lo fundamental: la obra.

Tampoco llamaría la atención a los vecinos que el supuesto escritor se levantara al alba para salir a andar por el monte, que es la mejor manera de conversar machadianamente con uno mismo. De hecho, no son pocos los artistas que utilizan las caminatas como acicate creativo. Debía de hacer un frío pelón en la casa, con las uralitas chascando a cada embate del viento. Una vida miserable, como corresponde al mito. Que se lo pregunten a Roberto Bolaño. En una entrevista colgada en Youtube, el autor de Los detectives salvajes dice que la escritura es un oficio poblado de «canallas y tontos que no se dan cuenta de la fragilidad inmensa de lo efímero». Soledad, abetos y escarpes, un paisaje perfecto para el oficio.

Un escritor se dedica sobre todo a escribir y a leer, los mejores con más aplicación en lo segundo. ¿Habría libros en la cabaña? ¿Y si el prófugo hubiera rellenado, en efecto, algún cuaderno en estos años de clandestinidad? Por curiosidad, tecleo el nombre del venezolano en la página de Amazon y, zas, aparece un tal Bruno Martí, autor de un único libro en su versión alemana: La cocina de Santiago de Compostela: todo lo que necesita saber sobre la tortilla, paella, vino, etcétera. En la cubierta, una copa, unas cubas de vino y una bandera española. Resulta que Ternera, durante una etapa de prisión en Francia, se sacó un diploma de cocina por la Uned. Pero, no. No puede ser. Una broma demasiado genial para ser cierta.