El joven Clint Eastwood, viejo amigo de los amigos del cine, vuelve a la pantalla con Mula, una película de narcos que dirige y en la que interpreta el papel principal, el de un conductor de enlace de alijos a través de la frontera mexicana, en dirección a Estados Unidos.

Tampoco aquí, como viene siendo habitual cuando la película es norteamericana (aunque la mayoría de los actores secundarios de Mula, encabezados por Andy García, sean latinos), se reflexiona sobre el drama de la droga en Estados Unidos, país de destino por excelencia de buena parte de la cocaína y de la marihuana que se cultiva en América del Sur. Ese análisis, y reconocimiento, que resultaría demoledor, queda de nuevo para otro momento, otra película que al fin nos cuente la verdad, que millones de norteamericanos están enganchados a la coca, a la heroína, a los opiáceos, siendo con seguridad el primer país consumidor, e incapaz de atajar el deterioro de salud, y de salud pública, que su importación masiva de drogas implica.

Al margen de eso, el joven Clint, a sus ochenta y ocho años, vuelve a garantizarnos que con el viejo Eastwood estamos ante un fenómeno.

Pocos dinosaurios, en efecto, del séptimo arte como él han transcurrido décadas por Hollywood, y por las pantallas de medio mundo, sin decaer nunca en el plano actoral ni flojear detrás de la cámara.

El joven Clint, nuestro viejo Eastwood viene enlazando una cinta con otra, desde los spaguetti westerns rodados en Almería, hoy objeto de culto, o Harry el sucio a Millon Dollar Baby, Iwo Jima o El Gran Torino, también con él como director y protagonista.

Historias auténticas, muchas, la mayoría de ellas inspiradas en hechos reales (como esta última, Mula, es la crónica de un driver mercenario y casi nonagenario) o como la del piloto (Tom Hanks) que aterrizó en el Hudson salvando la vida a su pasaje. Pero lo más relevante, además del talento, de la claridad expositiva, el interés de la historia original y del argumento adaptado sigue siendo, me parece, la extraordinaria vitalidad del joven Clint, perfectamente capaz, a sus casi noventa, de seducir a los narcos y a sus novias y, sobre todo, a los espectadores.