En un estudio sobre el grado de felicidad subjetiva de la ciudadanía europea, España alcanza un nivel elevado. Es una constante que los países nórdicos, alternando Finlandia y Dinamarca, aparecen como los más felices. Sin embargo, no son los más longevos. España les gana con creces: vivimos más, aunque seamos menos felices. En ese trabajo resultan llamativos el relativo malestar de los italianos y el gran enfado de los franceses, a pesar del mayor estándar de vida que tienen.

El reparto de este bienestar en nuestro país, entre estratos de edad y sexo, presenta algunos resultados que merecen una reflexión. Las mujeres presentan índices de bienestar subjetivo inferiores a los hombres. Por edades, son especialmente elevados los índices entre los jóvenes varones de entre 18 y 24 años, casi a niveles nórdicos. Este índice cae espectacularmente en el siguiente estrato de 24 a 35 años, y sobre todo a partir de esta edad, y se empieza a emparejar con los índices de las mujeres. La encuesta es de 2011 cuando el desempleo juvenil en España superaba el 40%. ¿Qué nos están diciendo estos datos? Que parece que tenemos a los jóvenes en una burbuja y que estos padecen el síndrome de Peter Pan: no quieren crecer. Pero el tiempo es inexorable y la realidad les sacude de una manera brusca, particularmente, insistimos a los varones cuando aumenta su edad. Por una parte, los padres cuando son niños o adolescentes disfrutan viéndolos crecer y madurar pero llega un momento que los retienen, o se retienen, en ese proceso de (in)madurez, desarrollo personal y emancipación. Cierto es que las condiciones de trabajo, vivienda y otros estándares de vida, les ponen las cosas muy difíciles pero si fuera su deseo de vivir de otra manera no manifestarían un grado tan elevado de bienestar con la vida que llevan. Las mujeres jóvenes muestran unos niveles de satisfacción más acordes con su ciclo vital y parece que también corresponden con sus circunstancias de género todavía discriminado. Sus menores niveles de felicidad, respecto a los varones, están señalando un escenario vital más realista, al que se enfrentan diariamente. Así observamos que se esfuerzan más en los estudios, en el trabajo, menos absentismo, mejores notas, más responsabilidad en suma. No se comprende muy bien la satisfacción que produce en los padres la maduración de críos y adolescentes y se frene, se tema y no se estimule, la emancipación posterior, cuando es ley de vida.

Este retraso en la madurez de los jóvenes es mayor en España que en otros países europeos en los que, en algunos casos, se toman muy en serio el facilitar la madurez de los jóvenes con apoyo a la emancipación, becas, empleos, estímulos a estudiar en otros lugares fuera del domicilio familiar, ayudas al alquiler. Hay patrones comunes en relación a la juventud en las sociedades europeas pero también aspectos claramente diferenciados y sorprendentes. Sorprendente fue, hace unos meses, convocar por asociaciones de padres y madres una huelga contra los maestros por poner tareas para casa. Queremos hijos felices aunque no estén preparados. Nos inquieta su futuro pero ese no era el mejor camino y no me vale el argumento de evitar desigualdades. Hay otras formas de evitarlas sin menoscabar la preparación. En esta extensión del paternalismo hemos llegado a ver, padres que van a protestar por las notas de su hijo/a en la misma universidad. No es frecuente pero hay casos.

La permanencia de jóvenes y no tan jóvenes en el hogar familiar hasta edades relativamente tardías es también en parte un indicador de bienestar familiar, producto entre otras cosas, de una liberación de unas costumbres sociales que han subyugado a la sociedad hasta no hace tanto tiempo. Sin duda contribuye al bienestar general y ha servido en momentos duros, como en la reciente crisis, de amortiguador de situaciones difíciles. Es una circunstancia muy valorable de nuestra sociedad frente a otras sociedades más impersonales. Sin embargo, una cosa no quita la otra. No se consiguen hijos más felices secuestrándolos en una burbuja familiar sino planteando la realidad de la vida, por cierto, desde las edades más tempranas y por supuesto en la fase ya adulta La emancipación crea individuos más conscientes y preparados y los resultados luego son sorprendentes. Se ha observado, por ejemplo, que las estancias de Erasmus, entre otras virtudes, producen madurez en las personas. No hay que tener miedo a que la juventud vuele por sí misma, hay que promoverlo, en primer lugar y principalmente, por su propio bien.

*Universidad de Zaragoza