El miedo recorre la sociedad española como una helada garra. Hay pánico a la noche, a la oscuridad, a volver solos a casa de madrugada. Sobre todo, solas. Porque la estadística advierte que los depredadores sexuales, los violadores, los psicópatas acechan en mucha mayor medida a las mujeres. Y si los casos de violencia machista no dejan de aumentar, los ataques de los delincuentes sexuales tampoco.

¿Qué hacer con estos monstruos humanos que violan y matan a mujeres inocentes, emascularlos, castrarlos químicamente, aplicarles la prisión revisable, renovar los protocolos de reinserción...? El Congreso de los Diputados no se pone de acuerdo con las medidas a aplicar ni con el marco legal en el que encuadrarlas. La prisión revisable, por poner un ejemplo de contradicción parlamentaria, aprobada en tiempos de la mayoría de Mariano Rajoy, está recurrida ante el Tribunal Constitucional por varios grupos, entre ellos el PSOE de Pedro Sánchez. Su aplicación, hasta la fecha, se ha reducido a una media docena de casos y no ha evitado crímenes como el trágico y reciente de Laura Luelmo.

Pero tampoco los/as jóvenes nicaragüenses pueden regresar tranquilos a sus hogares. Así (Los jóvenes no pueden volver a casa) ha titulado Mario Martz su nuevo volumen de relatos.

Martz y yo compartimos hace unas semanas en la Feria mexicana de Guadalajara la presentación de la antología Nicaragua cuenta, publicada por la editorial Prensas Universitarias de Zaragoza. En dicho volumen, que se está convirtiendo en una bandera de libertad en un país cada día más aherrojado por el yugo de una nueva dictadura, Martz ha incluido un relato representativo de la literatura joven que se está escribiendo hoy en Managua, por parte de los hijos y nietos de la revolución sandinista. Nuevas generaciones que descreen de los viejos dogmas y patriarcados y buscan en el viaje, en el estilo, en la ficción, en el arte, nuevos horizontes de libertad.

A todos esos jóvenes autores nicaragüenses, hondureños, panameños, centroamericanos les gustaría volver a casa, pero a menudo no pueden por la proximidad de depredadores políticos, alimañas contra las que no hay legislación.