Cuanto más leo, más me apercibo de mis grandes desconocimientos. Por ello, siempre estoy presto al aprendizaje y asumo completamente las palabras de nuestro gran pintor Goya en Burdeos, el cual estando ya muy cerca de la muerte acostumbraba a decir «aún aprendo».

Este breve prólogo se justifica porque hasta inicios de este año, fecha de su muerte, John Berger era para mí desconocido. Mi conocimiento fue a través del artículo de Hermann Bellinghausen del periódico de México La Jornada «Con la muerte de John Berger se va uno de los últimos escritores del siglo XX». Evidentemente excitó mi curiosidad.

John fue un escritor incómodo por el establishment cultural a pesar de su enorme prestigio a nivel mundial. De joven educó su mirada en las artes plásticas y luego enseñó a leer, ver y mirar la pintura, la fotografía, las literaturas y la realidad. Progresivamente extendió su mirada a los desposeídos, a los que luchan y resisten. Su Carta a los presos de Chiapas es un paradigma. Comunista desde su natal Inglaterra, al final de su vida seguía sosteniendo con naturalidad: «Sí, entre otras cosas, sigo siendo marxista» (2005). Murió a los 90 años, siendo más joven que muchos de 20. Como Galeano, Saramago o Mujica.

UN AUTOR POLIFACÉTICO

Cronista, novelista, poeta, crítico de arte, teórico de la fotografía, dramaturgo, guionista de películas memorables, como La Salamandra, La mitad del mundo y Jonás de Alain Tanner.

Novelista inclasificable, su mejor novela, G. (1972), por la que recibió el Premio Booker (de 5.000 libras) en cuyo discurso de aceptación señaló: «Quiero compartir el premio con los caribeños que están luchando para acabar con su explotación, con los Panteras Negras porque ellos, como negros y trabajadores, resisten para que no continúe la explotación de los oprimidos... Pero compartirlo significa que nuestros objetivos son los mismos. Y al reconocer eso, muchas cosas se aclaran. Pues al cabo la claridad es más importante que el dinero».

En 1975 publicó El séptimo hombre, novela que he leído con gran interés. Es un ensayo sociológico y reportaje con fotografías de Jean Mohr, que describe la experiencia de la emigración en Europa, las condiciones de vida de los migrantes llegados del sur del continente en los años 70, con el propósito de iniciar un debate político y de alentar «la solidaridad internacional de la clase obrera». El libro se topó entonces con la indiferencia de la prensa y el rechazo de la crítica. También leí con gran interés Un hombre afortunado: crónica de un médico rural (1967).

De algunos de sus artículos, plenos de calado ideológico, expondré algunas líneas. De Donde hallar nuestro hogar de 2005: «Alguien pregunta: ¿todavía eres marxista? Nunca ha sido tan extensa como hoy la devastación ocasionada por la búsqueda de la ganancia, según la define el capitalismo. Casi todo mundo lo sabe. Cómo entonces es posible no hacerle caso a Marx, quien profetizó y analizó tal devastación. La respuesta sería que la gente, mucha gente, ha perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no saben adónde se dirigen».

De Los tiempos que vivimos de 2011: «La tarde del 8 de agosto, el tercer día de combates callejeros en Croydon, un suburbio de Londres, los jóvenes manifestantes le prendieron fuego a algunos edificios... Los jóvenes se amotinaron porque no tienen futuro, no tienen palabras y no tienen sitio alguno donde ir. Uno de ellos, arrestado por saqueo, tenía 11 años…».

De Sin importar lo que traiga el futuro de 2012: «Vayan al lugar de los hechos, observen, investiguen, informen, rescriban, redacten una versión final que se publicará y será leída en extenso. Vuélvanse escritores controvertidos, uno de los que son amenazados con frecuencia, pero que también reciben respaldo… Los acusarán de arrogancia pero sigan escribiendo, sigan desmadejando esos proyectos de los poderosos que provocan más y más inmensas tragedias evitables…».

DE SU OBRA

Para salvar el momento presente de 2012: «Lo distinto de la tiranía global de hoy es que no tiene rostro. No es el Führer, ni Stalin ni un Cortés. Sus maniobras varían según cada continente y sus maneras cambian de acuerdo a la historia local, pero su tendencia panorámica es la misma: una circularidad. La división entre los pobres y los ricos se convierte en un abismo. Las restricciones y las recomendaciones tradicionales se vuelven añicos. El consumismo consume todo cuestionamiento. El pasado se vuelve obsoleto. Por ello, la gente pierde su individualidad, su sentido de identidad y entonces se afianza y busca un enemigo para poder definirse a sí misma. El enemigo -no importa la denominación religiosa o étnica- se encuentra siempre también entre los pobres. Aquí es donde el círculo es vicioso…».

«La cuestión aquí, en realidad, es: ¿qué hemos hecho con la democracia, ¿en qué la convertimos?, ¿qué ocurre con una democracia desgastada por completo cuando se le ha vaciado de contenido hasta hacerla hueca?, ¿qué ocurre cuando cada de sus instituciones hizo metástasis y formó algo peligro?; ¿qué ocurre ahora que la democracia y el libre comercio se han fundido en un solo organismo predatorio con imaginación tan constreñida y flaca que gira casi en su totalidad alrededor de la idea de maximizar las ganancias? ¿Será posible revertir este proceso? ¿Puede algo que ya mutó regresar a ser lo que alguna vez fue?»

*Profesor de instituto