Sin pensar mucho, mi respuesta fue lacónica y rotunda: no. Seguramente me dejé llevar por cierto pesimismo antropológico y el convencimiento de que los cambios sociales, los importantes y duraderos, se producen muy lentamente y no siempre son a mejor, no siempre progresamos en solidaridad y en cohesión social, que es el tipo de progreso que a mi buen amigo y a mí nos interesan. Pero seguramente una respuesta más pausada habría sido mucho menos rotunda. Sin duda que la pandemia ha cambiado la Historia, para algunos de manera definitiva, y dependerá de todos si aprendemos o no, si sacamos conclusiones. Esto está por ver.

Lo que parece incuestionable, ante tanto rebrote, es que el virus sigue entre nosotros y que tendremos que introducir cambios en nuestro estilo de vida, en nuestros usos y costumbres, si queremos minimizar los efectos de la enfermedad. Y para ello conviene que todos tengamos ideas claras. No se trata de un castigo divino como aquel que declaraba el padre Paneloux en La Peste de Albert CamusLa Peste dejando a sus feligreses temblando ante la cólera divina: «Hermanos míos, habéis caído en desgracia; lo habéis merecido». Y en el discurso de Paneloux apareció el Éxodo y las pestes en Egipto y cómo Dios puso de rodillas al Faraón.

Cuando apareció el SIDA, no faltaron sus correligionarios que resucitaron las mismas teorías culpabilizando a determinados colectivos y pidiendo anatemas contra los pecadores. Afortunadamente, en esta ocasión casi no se han oído referencias al Éxodo porque ya estaban los chinos y sus mercados para echarles la culpa, cuando no se alegaban extrañas conspiraciones. Afortunadamente, la Ciencia, con sus consustanciales dudas, nos ha ofrecido explicaciones más convincentes sobre el origen y sobre la transmisión del virus. Y a eso vamos. En este mes de julio parece claro que ha cambiado el perfil de los afectados. Según los últimos datos de que dispongo, aumentan sustancialmente los contagiados en los intervalos de edad entre los 25 y los 34 años, seguidos de los que tienen entre 35 y 44. El 50% tienen menos de 35 años y el 63% menos de 45.

La situación ya no es pues la de los primeros meses con sus impresionantes cifras de mortalidad entre los más mayores. Por cierto, y abro aquí un paréntesis, tampoco se ha reconocido suficientemente el impresionante trabajo desarrollado durante estos meses por los funcionarios de Salud Pública del Gobierno de Aragón, que han demostrado un comportamiento y un compromiso ejemplar, además por supuesto, de su gran competencia profesional. Espero que no les afecten los ignorantes e indocumentados cantos de sirenas parlamentarias.

Pues bien, es el momento de los jóvenes como pacientes y como transmisores. Pululan los ejemplos en toda España de fiestas, botellones, concentraciones con cualquier motivo, en los que no se respetaron las recomendaciones de las autoridades sanitarias con las consecuencias bien conocidas de numerosos contagios, hospitalizaciones y la consecuencia de vuelta atrás para desesperación de toda la población y pérdida de esperanza entre hosteleros, comerciantes y agentes económicos en general. En absoluto se trata de culpabilizar a los jóvenes, pero sí llamarles a la responsabilidad. La culpa rara vez es un sentimiento que sirva para algo positivo. La responsabilidad, sí. Sirve para cambiar el rumbo de la propia existencia y la de los demás.

Se alegará que siempre y más si cabe tras el confinamiento, la gente joven necesita ámbitos de socialización, lugares para el ocio compartido, maneras de crecer marcando distancia con los vínculos familiares y la autoridad de los padres, cumplimentar ritos de paso en cuadrilla con los que afirmar la propia identidad personal y en fin, simplemente divertirse y a ser posible sin necesidad de imitar a sus mayores con el prematuro y excesivo consumo de alcohol, pero ese es otro tema. Lo que deben saber los jóvenes es que hay que priorizar. Se trata de elegir entre la diversión y la salud, el ocio diurno o nocturno (el virus no tiene preferencias) o vencer al virus. Este es un virus que se transmite de persona a persona y del que nadie estamos a salvo.

Los jóvenes deben de saber que les afecta y que aunque con suerte no padezcan sus síntomas pueden ser el vehículo para que el virus haga estragos en su propia casa. Los jóvenes deben de ser consciente de que también para ellos el virus ha cambiado sus vidas, no sabemos hasta cuando, pero que si no son responsables las consecuencias las pagarán sus padres o sus abuelos, a veces con fatales consecuencias. Vamos a convenir que el nivel educativo de estas generaciones es muy superior a aquellas que poblaban Oran en la novela de Camus y afirmo, porque llevo cuatro décadas en la docencia, que los jóvenes tienen en su mayoría una pulsión que tiene que ver no solo con la justicia sino con la solidaridad.

Pues de eso estamos hablando, de solidaridad intergeneracional. Sus padres y sus abuelos no se merecen menos. Por esta razón nos mantenemos activos y seguiremos así mientras podamos contribuir a frenar el contagio en las zonas de mayor incidencia. Comenzamos por el Segriá, con el cuidado, seguimiento y acompañamiento de las personas positivas del covid-19 (confinadas en un polideportivo convertido en centro de confinamiento); y realizando pruebas PCR para tomar las medidas adecuadas, incluso de aislamiento. Estas acciones las podríamos repetir en otros lugares, como el Cinca Medio o el Bajo Cinca, donde también están ocurriendo varios brotes, o en cualquier otro lugar de Aragón donde se necesitara.

De igual manera, acudiremos allá donde podamos ser de utilidad, convocando a la sociedad civil, en especial a la juventud, para sumar esfuerzos y encontrar juntos soluciones al momento más crítico para la salud pública de nuestra historia.