Hace ahora cuarenta y dos años desde que 350 diputados, entre los que tuve el honor de contarme, votamos la Constitución española (favorablemente la gran mayoría). Pues bien, estoy seguro de que ninguno de ellos habría podido imaginar que, pasado ese tiempo, existiría un chat en el que participa un buen número de jubilados del Ejército del Aire con una insana tendencia al genocidio, deseosos de fusilar a más de la mitad de la población. La verdad es que entonces nadie podía imaginar siquiera que existiría una cosa llamada chat, aunque ya por esos años recomendaba Javier Krahe la cámara de gas como el método más efectivo para ejecutar masivamente. No sé si el Gobierno ha tratado el asunto de la manera más acertada, pero tengo que disentir de la ministra de Defensa cuando dice que todos están retirados y que ningún militar en activo comparte sus opiniones. Creo que, de esas dos afirmaciones, solo la primera es cierta. Veamos por qué.

El partido que inspira esos escritos de uniformados obtuvo en las últimas elecciones generales más de tres millones y medio de votos, un 15% del total, de manera que asegurar que ningún componente de las Fuerzas Armadas está de acuerdo con ellos equivale a decir que los militares son distintos al resto de la sociedad española. Lo cual, sin entrar en más detalles, sería un disparate.

Es cierto que la entrada en la OTAN favoreció enormemente la modernización de nuestros ejércitos en todos los aspectos y que desde la década de los 80, nadie en ellos discute seriamente su subordinación al poder civil, como ocurre en cualquier país democrático. Lo que en absoluto significa que no existan militares que añoran aquellos tiempos de cuartelazos, pronunciamientos, golpes y guerras civiles. Más acertado es pensar que, si solo militares retirados firman esos panfletos golpistas, ello se debe exclusivamente a que muchos de los que se dicen dispuestos a derramar la última gota de sangre por España no están tan dispuestos a arriesgar la nómina y los posibles ascensos. Los jubilados tienen la pensión segura y la carrera profesional hecha. Lo que tampoco se contradice con mi convicción de que la inmensa mayoría acata la Constitución y asume el papel de las Fuerzas Armadas en un país democrático.

Con todo eso, me atrevo a decir que la probabilidad de un golpe militar cruento en España es remota, muy remota. Esa es la buena noticia. La mala es que, lo mismo que el populismo fascista cala entre los uniformados, cala en la sociedad civil, que herederos y nostálgicos de un pasado siniestro se han travestido como defensores de la Constitución y de la libertad y que crece el número de ciudadanos de a pie que comulga con las ruedas de molino que auguran banderas victoriosas al paso alegre de la paz. Los participantes en el chat de marras, como dijo una diputada de Vox, son su gente.

En cuarenta y dos años de democracia, en nuestro país se han hecho muchas cosas muy bien, y algunas rematadamente mal. Una de las que se han hecho fatal (o, sencillamente, no se han hecho) es la de la sociedad. Cuatro décadas de dictadura, de ideologización a martillazos, de mentiras sobre la historia de este país, de demonización de las izquierdas políticas y sacralización de las derechas, dejaron un poso sobre muchas conciencias que hubiera sido preciso limpiar a fondo. Pero no se hizo.

La adecuación que llevó a cabo Narcis Serra en las Fuerzas Armadas se limitó a elaborar un nuevo organigrama, que reducía drásticamente el capítulo de Personal en el Ministerio de Defensa, y a incentivar económicamente las jubilaciones, lo que llevó al retiro a muchos militares que habían hecho su carrera durante la dictadura (como dato curioso, diré que teníamos cinco veces más almirantes que el Reino Unido). Eso acalló el ruido de sables de años anteriores, pero sus efectos en la mentalidad de muchos militares fueron escasos… por decirlo piadosamente. Y en la sociedad civil aún se hizo menos. Resulta desalentador, comprobar cuánta gente joven ignora la tragedia, que para muchos españoles significó el franquismo, después de haber sido adoctrinada en colegios religiosos concertados… por los mismos que llevaban a su caudillo bajo palio.

El crecimiento de los nacionalismos parafascistas no es solo un problema nuestro. Incluso Alemania, que sí desnazificó a fondo, lo padece, pero el terreno está allí menos abonado de lo que está aquí para esos aventureros del patriotismo que reparten patentes para intervenir en política y culpan de todos los males, de los reales y de los imaginarios, a los gobernantes legítimos. Esa es la auténtica amenaza, no un golpe militar sino que el Gobierno del país caiga en sus manos, y de eso ya tenemos ejemplos a los dos lados del Atlántico. Por eso conviene no tomarse a broma ninguno de estos movimientos, por inocuos que parezcan a primera vista. Detrás de ellos hay mar de fondo.

Así pues, en mi opinión, harían bien los gobernantes en mostrar la máxima contundencia frente a estos ataques a la libertad en nombre de una patria que, según los abajo firmantes, está a punto de romperse pero que ni se rompe, ni se ha roto, ni lleva trazas de hacerlo. Y la oposición democrática en desmarcarse de los salvapatrias y recuperar la voluntad de consenso, el diálogo y el acuerdo. Sobre todo en estos tiempos difíciles.

En cuanto al Jefe del Estado, destinatario de la incalificable carta de los jubilados, quiero entender que su silencio se debe fundamentalmente al deseo de no darle más importancia. Pero sería deseable que en el habitual mensaje de Navidad deje las cosas perfectamente claras. Estos abuelitos golpistas no son un peligro en sí mismos, pero si un síntoma. Y un síntoma preocupante. H