Felipe González y José María Aznar colocaron sus codos sobre la valla de las obras y volvieron a rajar contra el capataz, Pedro Sánchez. «¡Aficionao, que eres un aficionao! ¡Echa más argamasa en Cataluña, que se te va a partir el edificio!», le gritaron ayer. Aznar y Felipe son dos jubilados como los de antes, aunque con mejores pagas y más privilegios. Pero les gusta deambular por las obras del país para dar consejos que nadie pide y son cansinos como esos ancianos de otros tiempos, que vigilaban la construcción de un bloque como si fuera suyo. «¡Chaval, pacta con Ciudadanos, que te vas a hundir!», le advirtió el socialista a Sánchez hace unos meses. Y el que se hundió fue Albert Rivera.

El hombre del bigote le reprocha al presidente, siempre que puede, que «con etarras no se puede pactar», pero él llamó a ETA Movimiento Vasco de Liberación.

A los jubilados de la valla no les gusta que el capataz haya abierto una mesa de diálogo sobre el conflicto catalán. «¡Te vas a cargar la Constitución, espabilao!», le gritaron ayer. La Constitución, por mucho que les pese a estos cascarrabias del siglo XX, está a salvo; posee su propio mecanismo de defensa cuando se le ataca y se activa de manera instantánea.

En realidad, el problema de la Carta Magna es que sus artículos sociales no se aplican a rajatabla. Pero el interés se centraba ayer en la aprobación del techo de gasto, antesala de los presupuestos generales. Y el Congreso dio un gran paso para asegurar unas cuentas que, en caso de romperse el diálogo con ERC -y, por tanto, su futura abstención-, servirían para toda la legislatura. Esa jugada no la ven nuestros jubilados. Ellos ven la valla donde se apoyan, nunca las obras.

*Editor y escritor