Desde hace semanas, el Zaragoza ha dejado de ser aquel equipo hambriento de comienzos de temporada que cautivaba más por lo espiritual que por lo material. Era aquel un ejército de jóvenes ilusionados en busca de fortuna. Un dechado de energía vital. Sangre fresca que daba la vida por cada balón y que se dejaba el alma en cada jugada. Cuando el Zaragoza dejó de derrochar ganas de vivir se fue marchitando. Cuando perdió el apetito le entraron las náuseas. Y todo cambió.

El equipo sigue enfermo. Su semblante es pálido y perdura la sensación de malestar general. Pero la fiebre ha bajado y el organismo parece responder bien a los analgésicos. Aquella enfermedad que atacó órganos vitales aún no está curada pero el paciente ha pasado a planta. Que no es poca cosa.

La recuperación, en caso de consumarse, devolverá el hambre al enfermo. Será entonces cuando regrese aquel Zaragoza saludable que transmitía optimismo y vitalidad. De momento, la victoria en Gijón se antoja el fármaco indicado. Eso y mantener el tratamiento administrado por Natxo a partir de la debacle de Almería. Si el Zaragoza ha de aspirar a mirar hacia arriba esta temporada será por aquel encuentro.

Fue entonces cuando Natxo, al fin, reaccionó. No podía ser de otro modo. El técnico aseguró conocer a la perfección el diagnóstico y buscó remedio. Dispuso un 4-4-2 más puro, con Vinicius haciendo compañía a un hasta entonces abandonado Borja y aportando profundidad a un equipo demasiado plano. La misma que añadió Papu, el jugador más vertical del Zaragoza y uno de los pocos con cierto desborde. El brasileño y el georgiano dejaban sin sitio a Buff y Toquero. Natxo había apostado por el hambre. A todo ello se unió la variación de la línea de presión y la elección de los momentos indicados para su ejecucion.

Tras dos partidos con la nueva fórmula, más el de Copa en Valencia, el Zaragoza no ha experimentado una gran mejoría pero ha sido capaz de encadenar dos partidos consecutivos sin encajar y eso, con la que estaba cayendo, no es baladí. Bien es cierto que lo ha hecho, fundamentalmente, gracias a Cristian, otro con más hambre que el perro de un comediante, pero también merced al voraz apetito de otros como Verdasca, al que todos negaban el pan y la sal hace nada y que, con apenas 20 años, transmite ahora más poso que cualquiera de sus compañeros de zaga. O al del insaciable Delmás. Ambos, como Vinicius o Papu, han dado ese paso al frente indispensable para que el Zaragoza se cure. Se trata de morder. Sólo así se quita el hambre.