La irrupción en nuestra sociedad de las casas de apuestas y de juegos online está resultando llamativamente virulenta. Amparadas en una normativa eventual y laxa, las empresas del ramo se han lanzado a la conquista de un mercado que saben ingente. Según datos de la DGOJ (Dirección General de Ordenación del Juego), entre 2013 y 2017 el sector quintuplicó sus beneficios, que fueron en ese último año de más de 500 millones de euros. Como causa o consecuencia, el número de anuncios publicitarios en todos los soportes de juego online, según la consultora Infoadex, pasó en el mismo periodo de tiempo de 128.000 a 2.744.000. En el primer semestre de 2018, según la misma fuente, ya son cerca de 1.300.000.

Pocas veces, y menos en épocas de crisis, una sociedad como la nuestra puede renunciar a una fuente de negocio que presente cifras como estas. Pero, por responsabilidad, han de ser tenidas en cuenta las características específicas de esta forma de juego, su accesibilidad, inmediatez y anonimato, la facilidad con la que se ha colado en los hábitos de muchos ciudadanos, ante la mirada benévola de toda la sociedad, incitados por lo más granado de nuestros deportistas o famosos, a los que cabe suponer necesitados de estos ingresos publicitarios extras para completar sus nóminas. La enorme influencia que estos iconos deportivos tienen sobre los jóvenes debería moverles a ellos, o a quienes les contratan, a valorar su situación.

La ludopatía es un trastorno reconocido por la Organización Mundial de la Salud. Arrasa con la vida de cualquiera, de cualquier condición, y con las vidas de sus allegados. Ayudar al que lo sufre y prevenir para no sufrirlo es un deber incuestionable dentro de cualquier sociedad sana.

Un primer punto de partida para este deber es una normativa que regule la saturación de zonas de nuestras ciudades con locales dedicados al juego, que proteja a nuestros jóvenes, como se hace con otros tipos de adicciones, regulando su publicidad, haciendo respetar escrupulosamente horarios y formatos. Y también es nuestro deber como sociedad no banalizar el juego, no incorporarlo a las costumbres de nuestro ocio como tantas otras, restarle importancia. Es muy desigual la batalla entre unos pocos educadores y asociaciones dedicadas a la rehabilitación y prevención de la ludopatía, por una parte, y la maquinaria de las grandes empresas, los grandes héroes del deporte, gente a la que admiramos, por otra. Si logramos concienciarnos del peligro real que supone el juego, por debajo de todo su glamour y su atractivo, habremos dado el primer paso.

No va a ser fácil y, por el momento, gana la banca. La normativa estatal lleva gestándose desde 2011, hay barrios que se han lanzado ya a la calle protestando por la incontrolada aparición de locales y denunciando sus efectos, nuestros jóvenes incluyen dentro de sus rutinas seguir las retransmisiones deportivas mientras apuestan desde sus dispositivos móviles… Generaciones enteras se han perdido por una nefasta gestión social de problemas similares. No volvamos a perder.

*Activista por la Salud Mental