Los símbolos políticos, la imagen, el color que se identifica con una manera de pensamiento, de actuación básica que se mueve entre conceptos míticos y expresiones de la conciencia teórica vienen a tener una comunicación directa de manera visual. La simbología es portadora de contenidos simplificados y suele ser de una gran eficacia captando de inmediato la atención del público. Cuando los símbolos son utilizados para la provocación, para instigar a la acción contraria de lo que simbolizan, entran en un juego peligroso de difícil control en un estado democrático; la libertad de expresión es uno de los fundamentos del sistema, pero cuando esos símbolos son impuestos a una sociedad de tal manera que no solo incitan hacia una convivencia hostil fomentando el odio, sino que agreden a un patrimonio común, estamos hablando de delincuencia. Esos lazos amarillos, que pretenden contaminar e inundar el espacio público en pos de esa libertad que se otorgan, no viene respaldada por la ley, por tanto el manifestarse -lícito en nuestro país- tiene que garantizar el cumplimiento de las normas establecidas, cuando esto no ocurre, se entra en un ámbito ilegal, por lo tanto hace bien en decir el presidente Lamban, sin ambigüedades, que pondrá los hechos en manos de la Justicia. Entrar en el juego de la simbología neutralizando con lazos rojos o haciendo frente con otras acciones violentas, conlleva a una desestabilización intencionada del país. Este problema no se arregla con gestos enfrentados sino transmitiendo sosiego y contundencia resolutiva, aplicando la ley, la que sea, pero para ello los responsables políticos, el Gobierno central, la Justicia deberían tomar las riendas de esta carrera de caballos desbocados y ejercer con la responsabilidad que se les otorga.

*Pintora y profesora