No es lo mismo investigar un hecho criminal en el ámbito urbano que en el medio rural. Y mucho menos si ese territorio se ubica en la España despoblada, en la España vaciada.

El juicio contra Norbert Feher, alias Igor el Ruso, que se sigue desde el pasado lunes en la Audiencia Provincial de Teruel por el triple crimen de Andorra, está poniendo de manifiesto multitud de carencias, tantas que en el banquillo solo hay un reo, pero de los interrogatorios también se infiere un juicio paralelo a la Guardia Civil. A la falta de agentes, a la poca información de que disponían sobre la posibilidad de que el paramilitar serbio estuviera en la zona, a la falta de respuesta a los numerosos robos denunciados en los masicos de la comarca, al porqué no se reforzó el dispositivo policial cuando Feher disparó a dos vecinos en Albalate del Arzobispo, a la falta de equipamiento adecuado...

Parece mentira que la Guardia Civil la fundara el Duque de Ahumada para mantener el orden público y proteger a las gentes que vivían en el campo y fuera el azote del bandolerismo del siglo XIX, y más de cien años después se cuestione tanto su labor en unos hechos en los que, además, fueron asesinados dos de sus miembros.

Pero, la situación que vive este cuerpo policial no es nueva. Se arrastra desde los años 90, cuando la despoblación de muchas zonas rurales, la creación de nuevas unidades y la poca oferta de plazas, redujeron las plantillas y obligaron a reestructurar su implantación en el territorio con el cierre de cuarteles. Esto, unido a que para los distintos responsables del Ministerio del Interior siempre han sido la hermana pobre de las fuerzas y cuerpos de seguridad, y a que hasta hace unos pocos años, sus miembros han tenido una escasa capacidad reivindicativa por su condición militar.

Los hechos de Albalate y de Andorra traen a la mente otro caso mediático que tuvo como protagonista a un zaragozano y que fue bautizado como el caso del Rambo de Soria. La Guardia Civil tardo tres días en detenerle desde que inició un tiroteo en la gasolinera de Matalebreras, en la que murieron su compañero de viaje, un teniente de la Benemétita y un capitán resultó gravemente herido. En ese tiempo más de un centenar de agentes, en coche, en moto y con el apoyo de perros y un helicóptero, organizaron un dispositivo de búsqueda que, pese a su amplitud, no evitó que el delincuente acabase con la vida de un joven de 21 años y disparara también a un grupo de empleados de una granja situada a siete kilómetros de Soria en la que se había refugiado.

La sospecha inicial de que la autoría podía ser de un comando terrorista determinó la movilización de efectivos. Pero hoy, 24 años después de estos hechos, y con grandes avances en las comunicaciones y en la colaboración policial entre países, no parece lógico que la información sobre un psicópata peligroso como Feher, que había actuado ya en Italia, no fuera compartida a tiempo. De otra manera ¿por qué los agentes asesinados no llegaron ni a desenfundar su arma? Porque no sabían al monstruo al que se enfrentaban.