Juliá es un hombre sereno, tolerante, al que le gusta el diálogo y hacer pedadogia. Después de un tiempo en el que rehuyó las explicaciones, estando como está en el ojo del huracán, ayer volvió a darlas. No hizo autocrítica y tampoco tenía por qué hacerla, aunque bien sano es. El paso de los meses y la acumulación de decisiones, unas cuantas de peso en una dirección equivocada, han laminado su imagen en el propio Real Zaragoza y, también, de puertas hacia fuera. El director deportivo dijo no estar preocupado por la crítica, se declaró buen encajador y solicitó respeto a su manera de ver las cosas y a sus opiniones futbolísticas, que por supuesto siempre tendrá.

De Juliá no se juzgan sus pareceres, honorables como los de cualquiera que los emita desde la consideración y aunque sean antagónicos. De Juliá se juzgan sus decisiones profesionales, sus fichajes, sus aciertos y sus errores. Ese es el quid de la cuestión y la razón única por la que su figura ha sufrido un desgaste. En un año ha firmado tres entrenadores, en este mercado se va a desprender de su apuesta estrella para el ataque (Muñoz), acaba de incorporar un centrocampista de clase y asociación que tampoco contrató en verano (Bedia), fichó a toda prisa un central de apoyo ante la calamidad de los dos suplentes (Valentín), tiene bajo palos a un portero considerado un peligro público y espera realizar aún varias operaciones más. La suciedad salta a la vista. En verano erró más de la cuenta y el equipo ha sufrido las consecuencias. El fútbol le da ahora otra ocasión para enmendarse. Ojalá la aproveche y el Zaragoza se beneficie de ello. Con o sin autocrítica.