La nueva Comisión Europea obtuvo ayer el plácet del Parlamento y echará a andar formalmente a principios de noviembre con un doble reto mayúsculo. Por una parte, sacar a Europa de una crisis que se concreta en 25 millones de parados (con España en lugar destacado, con un porcentaje que duplica la media de la Unión) y un crecimiento económico muy débil. Por otra, recuperar la credibilidad ante los ciudadanos, hoy en buena parte tentados de perder la confianza en el proyecto europeo debido a las dificultades con que avanza por las desavenencias entre sus miembros. El nuevo presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, de indudable pedigrí europeísta, es perfectamente consciente de las dificultades y de la urgencia con que debe afrontarlas. Por eso anunció ayer que acelerará su proyecto estrella, un plan de inversiones de tres años y 300.000 millones de euros, para que esté listo en diciembre. Lograr una síntesis entre la reducción del déficit y las medidas expansivas es tan difícil como imprescindible. Una Europa con mucho paro enquistado, pobre e insolidaria sería el fracaso de la UE.