Ni en la Real Academia de la Lengua, ni en las universidades, ni como directivas en las grandes empresas: ha sido en el Miss Universo 2018 donde las mujeres hemos conseguido cubrir el 100% de los puestos de trabajo, tanto enseñando nuestros cuerpos como puntuando sobre ellos como miembros del jurado.

Este año, en el certamen de Miss Universo, que, como todos los concursos de belleza, quiere modernizarse y revestir su puesta en escena de sensibilidad social, quisieron hacer cambios. No es que se hayan convencido ideológicamente y piensen más en términos de igualdad, es que saben que para mantenerse en la agenda del glamour que mueve millones deben engañarnos y hacernos creer que se ajustan a los tiempos que corren.

Cuando ya todas sabemos que la igualdad no pasa por ponerse un traje de baño y buscar la aprobación externa, decidieron que la solución para que se callen tantas quejicas feministas pasaba por que el jurado del certamen estuviera formado exclusivamente por mujeres. En concreto, «siete exitosas y bellas mujeres» juzgaron a las participantes. La igualdad pasa por anular unos concursos de belleza caducos que no hacen más que seguir ofreciéndonos a las mujeres como mercancía al recordarnos que no importa cuánto avancemos en la sociedad, ni qué puestos alcancemos: cuando más se nos aplaude es cuando nos ponemos un traje de baño.

No parece que se haya entendido el mensaje feminista. Y en tiempos del #MeToo, en los que, sorprendentemente, a nadie le parece que merezca la pena poner el grito en el cielo para denunciar que en un trabajo pidan como requisito a las mujeres ser delgada, tener entre 18 y 28 años, no estar casada y no haber estado nunca embarazada, la «revolución feminista» pasa por que seamos nosotras las que nos juzguemos a nosotras mismas, por dignificar el blanqueo de carne femenina poniéndonos como puntuadoras de otras mujeres. El feminismo no es esto y no debemos tolerar que maquillen de feministas medidas que solo ocultan el machismo de siempre.