A pesar de vivir en el mejor de los mundos, la evasión de impuestos y las prácticas de hurto generalizado son armas de destrucción social masiva. Y, casi siempre, un negocio incluso en el caso de que el investigado (otrora imputado) acabe en manos de la Justicia, pues el valor de ejemplo y escarmiento de una sentencia condenatoria no parece tener un gran efecto disuasorio entre los aspirantes a vivir del cuento.

Hablando de cuentos, Charles Dickens planteó en A Christmas Carol una interesante solución mediante la que el avaro egoísta Ebenezer Scrooge se ve trasladado al mundo de la miseria y privaciones; conocer los estragos de la pobreza es el punto de partida para su regeneración. De nuevo en la realidad, si el correctivo por delitos de corrupción, estafa, malversación de fondos públicos y otras estrategias habituales en la crónica cotidiana, además de la reparación del daño causado y devolución de lo sustraído, incluyesen la experiencia y conocimiento cabal del quebranto ocasionado en los estratos sociales más vulnerables, se incrementaría la probabilidad de una regeneración auténtica. Los penados debieran ser conscientes del número de escuelas, hospitales, residencias para mayores, viviendas para los sin techo, comedores, ayudas y subsidios... que se hubieran podido efectuar si los fondos destinados para ello hubieran llegado a sus destinatarios en lugar de desvanecerse en una cuenta invisible de algún paraíso fiscal.

Cuando un cargo público usa su poder e influencia no para servir al ciudadano sino para servirse de él, hace algo más que robarle: destruye también la fe en sus congéneres y la esperanza de un futuro mejor y más solidario. Debieran sufrir en sus carnes el daño que han provocado por su desmedida ambición y falta de empatía. H *Escritora