Carlos Zanón, autor de la magnífica novela Yo fui Johnny Thunders (RBA), decía el otro día en una emisora de radio que para su generación (nació en 1966) la música es lo que el cine para la de sus padres. El tremendo impacto del rock and roll en los años 60 hizo aparecer una constelación de figuras icónicas que vinieron a sustituir a los astros del Hollywood de los años dorados. La música pop fue el gran entretenimiento de los nacidos en los segunda mitad del siglo y, sobre todo, proporcionó un estilo de vida nuevo, divertido, contestatario y libre. Pero pasados los años, igual que nuestros padres vieron envejecer a Bette Davis, Katharine Hepburn y James Stewart mientras hacían más y más películas, a nosotros nos ha tocado ir creciendo junto a los monstruos de aquella juventud rebelde. No estaba escrito que los rockeros se retiraran con las primeras canas. Estos meses han pasado por nuestros escenarios artistas como Ian Anderson (66 años), Elton John (67), John Fogerty (69), Dr. John (73), John Mayall (80), Bryan Ferry (68), Tom Jones (74) y George Benson (71). En Madrid tocaron los Rolling Stones (280 años entre los cuatro); de gira y con disco nuevo está Paul McCarney (72); y aún giran grupos como The Who (fundado en 1964), Chicago (1967), Camel (1969), The Stranglers (1974), Scorpions (1965) y Pink Floyd (1964). Sería un error resumir ese aluvión de conciertos de viejas glorias como una oleada revival o una debilidad nostálgica y decadente. Si la gente acude es porque disfruta viendo a sus ídolos de siempre, más arrugados, con menos energía, pero con un repertorio que defender y una leyenda que alimentar. Son anteriores al CD y a Spotify, pero aún son capaces de hacernos felices unas cuantas noches. Periodista