El cáncer te roba la normalidad. Un día te levantas y formas parte del mundo de los enfermos. Esa mañana, en la cama, miras al techo y te das cuenta de que también te ha arrebatado el tiempo. La única unidad temporal es el hoy porque el mañana, el pasado mañana, la próxima semana, el mes que viene, el año venidero, tanta es la incertidumbre, desaparecen entre el humo del miedo a la cuenta atrás. El medio y largo plazo se derrumban. Asomas entre los cascotes y piensas en los momentos que te gustaría poder vivir. Pero no te haces ilusiones. En el primer puesto de la lista estaba la boda de mi hermano. Había más: triviales ilusiones que componen la vida de instantes felices. Como ver a mi padre jubilado tras una vida de duro trabajo en el campo; o disfrutar de Juego de Tronos -lloré en los créditos del primer capítulo--; o asistir al concierto de Kase.O en Pirineos Sur. Javier Ibarra, humilde chico de La Jota, rapeó como pedaleaba Luis Ocaña, sin poses, dejándose el corazón en cada rima, y desnudó sobre el escenario su alma con crudo hip hop. Llenó de energía Lanuza. Dijo palabras sencillas, que son las más complejas; se acordó de los enfermos... Fue electrizante. En medio de la música, las luces y las cercanas estrellas, pensé que estar allí era una suerte. Un motivo más para dar gracias. Uno de esos momentos irrepetibles. Puede sonar a tópico. Del cáncer también se aprende, aunque duela, o quizás por eso. Tengo alguna cosa más guardada en esa pequeña lista de momentos pero no se la cuento, que se gafa.

*Periodista