El concepto de «hegemonía», entendida como un «sentido común» significa que un grupo instaura una determinada visión del mundo, que se convierte en horizonte universal de toda una sociedad. La hegemonía permite que un grupo guíe y gobierne a una sociedad sobre todo mediante el consenso, tanto activo como pasivo, en lugar del uso de la coerción, aunque esta última no está descartada, si hay que neutralizar la rebeldía o la insumisión. Hoy la hegemonía neoliberal es total y asumida por la socialdemocracia, de ahí su debilidad actual. ¿Será la antesala de su extinción?

El neoliberalismo implantado a mitad de los años 70 no hubiera sido posible sin un largo y concienzudo trabajo previo de construcción de un discurso, con un ideólogo, un lugar y una fecha concretas: Hayek, Mont-Pelerin y 1947. En sus orígenes el neoliberalismo era una teoría marginal. A sus seguidores les resultaba complicado encontrar empleo y eran objeto de burlas por parte de la corriente predominante “hegemónica” del keynesianismo. El neoliberalismo no es una realidad eterna, es contingente. Predomina hoy, pero mañana puede entrar en declive. Como el capitalismo o el comunismo. Corren malos tiempos cuando hay que demostrar lo obvio. La gran derrota de la izquierda es la asunción de que el neoliberalismo es lo que hay, y ante el cual no queda otra opción que la resignación o tratar de humanizarlo. Esto último es imposible ya que lleva en sus entrañas la destrucción de todos aquellos valores que ennoblecen al ser humano: la solidaridad, la empatía, la justicia, la tolerancia, el respeto, la fraternidad, la dignidad...

Hoy existen algunos intentos políticos de luchar contra el neoliberalismo. Totalmente fallidos. Nick Srnicek y Alex Willians en su libro Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo hablan de política folk. Multitudes protestan contra la austeridad, pero siguen los recortes brutales. O contra la desigualdad, pero el abismo entre los ricos y los pobres se acrecienta. Las luchas alterglobalizadoras; grupos antiguerra y ecológicos; huelgas estudiantiles, el Occupy y el 15-M, las mareas tienen características comunes: aparecen rápido, movilizan a muchas personas y, sin embargo, terminan por palidecer generando un sentimiento de apatía, melancolía y derrota. En una palabra, la política folk carece de herramientas para derribar el neoliberalismo.

Para los partidos políticos de centro izquierda su radicalismo se reduce a sueños nostálgicos de una socialdemocracia y de la llamada «edad de oro» del capitalismo. Mas, las condiciones hoy ya no son las mismas. Esa «edad de oro» del capitalismo estaba basada en un entorno fabril disciplinado, donde los trabajadores (blancos, varones) recibían seguridad y un estándar de vida básico a cambio de una vida aburrida. Y represión social. Dependía de una jerarquía internacional de imperios, colonias y periferia subdesarrollada; una jerarquía nacional de racismo y sexismo; y una jerarquía familiar de subyugación femenina. Por otra parte, la socialdemocracia se apoyaba en un determinado equilibrio de fuerzas entre clases, prestas a transigir y fue posible tras la destrucción de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial y por la amenaza externa del comunismo. Este régimen es imposible de recuperar hoy, ya que las circunstancias son otras.

Desde la izquierda debe construirse un discurso alternativo contrahegemónico suficientemente ambicioso e ilusionante para la gran mayoría, en el que no pueden faltar sus dosis de utopía. Renunciar a la hegemonía supone abandonar la idea de ganar y ejercer el poder; y también perder la fe en el terreno de la lucha política. La historia nos enseña que muchas ideas, que en un principio parecían utópicas, una vez aplicadas dejaron de serlo. Ejemplos: matrimonio de homosexuales, el aborto, el voto femenino, la jornada laboral de 8 horas… Por ello, para que unas ideas puedan ser aceptadas en un futuro hay que ponerlas encima de la mesa y defenderlas con convicción. Voy a citar algunas de ellas. Una necesidad imperiosa de un replanteamiento total de la cuestión energética, construido en energías limpias y renovables y abandono de las contaminantes. Una apuesta decidida por el avance tecnológico basado en la robotización, automatización y digitalización. Disponemos hoy de suficiente tecnología para prescindir de la mayoría del trabajo humano y a la vez producir cantidades cada vez mayores de riqueza. La reducción por la tecnología de la demanda de la mano de obra, posibilitaría la propuesta del acortamiento de la semana laboral, que ha sido siempre, salvo hoy, defendida por la izquierda. Sin embargo, estamos observando que la tecnología en lugar de servirnos para incrementar nuestro ocio, las jornadas laborales son cada vez más largas y con sueldos más reducidos. Y es así porque el aumento de la productividad beneficia exclusivamente al capital. Y por último, la propuesta sin ambages de una renta básica universal, que proporcionaría a todo ser humano la autonomía, sin la cual la libertad no es posible.

*Profesor de instituto