Acabo de terminar el último libro de Almudena Grandes, La madre de Frankenstein, y me ha parecido magistral. De su tetralogía sobre la guerra civil, Episodios de una guerra interminable, tal vez el que menos me gustó fue el primero, Inés y la alegría. Los demás, hasta llegar a este, el quinto de una serie de seis, me han conmovido y fascinado.

En La madre de Frankenstein se habla de esa ley del silencio que cayó como un manto sobre la sociedad española, que la atrasó respecto al resto de Europa en lo social y en lo cultural, que instauró la dictadura del miedo y de las costumbres pacatas, además de una represión brutal sobre la mitad de los españoles: las mujeres. Hambre y crueldad hay en Las tres bodas de Manolita; lírica y brutalidad en El lector de Julio Verne; acción y aventuras en Los pacientes del doctor García.

En esta última, hay tristeza y desesperanza. Como tengo el tema fresco, cuando leo que el Gobierno va a presentar una propuesta de reforma del Código Penal para tipificar como delito la apología del franquismo, no sé qué pensar. ¿Apología de los crímenes? Desde luego que sí. Pero, ¿y esos que añoran la seguridad en las calles, la escasa delincuencia de bajo nivel, el pleno empleo, el respeto a las mujeres de bien? ¿Esos que echan en falta que las cosas sean «como Dios manda»?

Todo lo anterior son falacias. Desde luego. Pero asegurar que con Franco vivíamos mejor es algo que muchos sostienen, véase una gran parte de los militantes de los partidos de la ultraderecha.

Por eso, yo abogaría por educar e informar mejor, por convencer a quienes eso piensan de que los tiempos pasados, en política, no fueron más felices, sino más hipócritas.

*Periodista