La crítica cinematográfica, últimamente tan desnortada como la crítica televisiva, ha calificado de obra maestra a la película 'Solo las bestias', del director francés Dominik Moll. Cinco estrellas por aquí, cuatro por allá, cabezazo general al título…

Solo las bestias no es, sin embargo, ninguna obra maestra. Sí una buena película, que merece la pena verse, aprovechando, además, que va aguantando en cartelera, aunque tampoco el público español la haya arropado masivamente.

El aspecto más destacado de este film desigual es claramente su hábil y sorprendente montaje. Un aspecto del arte cinematográfico que, a menudo, pasa desapercibido, pero que determina el ritmo, sentido y grado de inteligibilidad del argumento, definiendo el estilo narrativo del autor.

Perfectamente medido, el fantástico ensamblaje de escenas en apariencia independientes unas de otras responde en Solo las bestias al propósito de recomponer ante los ojos del espectador un puzle que, al final, y no antes, cuando encaje la última pieza, abarcaremos y comprenderemos en su amplia panorámica, como un armónico conjunto del cuadro y conflicto escénico compuesto por personajes que, en apariencia, nada tienen que ver entre sí, pero cuyas vidas irán a verse fatalmente trenzadas por el azar, unas veces disfrazado de encuentro amoroso, otras de negro destino.

Como aquella prodigiosa novela de Julio Cortázar, 'Rayuela', esta trama poliédrica podría haberse montado con otras y muy diferentes combinaciones escénicas. Dando, en el fondo, más o menos lo mismo su orden y distribución si, en cualquier de los casos, la escena final consiguiera cerrarlas todas. Muy probablemente, el rodaje no debió comenzar por la que, una vez montada la película, la abriría. Esa decisión, así como la elección de la clave de bóveda o cierre, sería tomada durante el montaje.

El tema de fondo es, vagamente, el deseo. Cuyas diferentes formas, desde el patriarcalismo colonial hasta la obsesión virtual, desde el sexo primitivo a una sofisticada atracción lésbica irán encarnándose en parejas alejadas de una felicidad amorosa inalcanzable para ellas. A la mayoría de esos personajes, probablemente, los olvidaremos con el paso del tiempo; recordando en cambio, casi seguro, el damero, la rayuela que los unió.