Probablemente, muchos de ustedes se habrán preguntado en alguna ocasión cómo se manifestaría en realidad, en carne y hueso, el porte de Miguel de Cervantes; cuál sería su aspecto; cómo se expresaría; a quién amaba; cómo, dónde y por qué escribía; y qué pensaba de sus ilustres competidores en el maravilloso y a veces sórdido mundo de las letras del Siglo de Oro español: Lope de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo...

Ahora, casi cinco siglos después, gracias al trabajo, y al talento, de un extraordinario escritor, Alfonso Mateo-Sagasta, podemos disfrutar de una serie de vívidas pinturas literarias en las que los héroes que forjaron definitivamente nuestra lengua, y seguramente parte de nuestra idiosincrasia, resucitan, llenos de vida, para ofrecernos un repertorio de sus virtudes y sueños, pero también de ese lado oscuro que todo creador alienta entre sus secretos. La novela de Alfonso Mateo-Sagasta se titula Ladrones de tinta y, simplemente, hay que leerla.

Conocí a su autor en Gijón, en la Semana Negra, donde Ladrones de tinta fue presentada con todos los honores por Paco Ignacio Taibo II (antes lo había sido en Madrid, por Lorenzo Silva).

Autor culto, experto en arqueología y antropología, y particularmente dotado para la recreación de épocas históricas --según ya demostrara de convincente forma en su primera incursión novelística, El olor de las especias , otro título a tener muy en cuenta--, Mateo-Sagasta posee el don de la escritura fácil. Una prosa limpia, iluminada por ajustados destellos, que le permite hibridar en la ficción el verdadero Madrid de los Austrias, sus palacios, sus burdeles, el fraseo de una criada, la sofisticación de un noble, la vida cotidiana de un jugador o de un editor de libros.

Para hacer más atractiva la trama de sus Ladrones de tinta , Mateo-Sagasta discurre un ingenioso enigma a raíz de la aparición de la segunda y espúrea parte de El Quijote , firmada, para monumental disgusto de Cervantes, que aparece tildado de saturniano y cornudo, por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, a quien nadie parece conocer. Se trata de un seudónimo, evidentemente, que podría esconder a algunos de los nombres preclaros del drama o la poesía del primer barroco español, alguien decidido a arruinar el prestigio del inmortal creador de Alonso Quijano...

No será, claro, el propio Cervantes el encargado de desvelar la identidad oculta de su indigno plagiario, sino Isidoro Montemayor, un ambicioso y romántico joven empleado en una imprenta, quien asuma las labores de investigación.

En ese paseo por el lado oscuro de las letras, Isidoro se sumergirá en aquel Madrid literario y putañero, cuajado de lances de honor, corrales de comedias, bellas condesas, misteriosos espías, sombríos agentes de la Inquisición...

Un esfuerzo que el lector agradece, pues al concluir las más de quinientas páginas de Ladrones de tinta , conocerá mucho mejor aquel período ilustre y contradictorio de nuestra historia.

Un libro para disfrutar.

*Escritor y periodista