Cuando las cosas han ido muy mal, uno puede pensar que han llegado a ese punto por razones ajenas, por generación espontánea, por una extraña concentración de infortunio o por quién sabe qué misterios indescifrables. Uno puede pensar que ninguna de cualquiera de las consecuencias tienen su causa en los actos propios. Eso o acudir al cobijo de la inteligencia. Pararse, meditar con detenimiento, estudiar los hechos, reflexionar, discernir y consensuar al amparo del buen criterio qué ha sucedido y por qué. Todo con un objetivo final: enmendarse para que no vuelva a suceder.

El Real Zaragoza ha llegado al punto al que ha llegado por una concatenación de desaciertos en el ámbito deportivo ajenos a la mala fe, pero concluyentes. Como consecuencia de ello, y de su repetición en el tiempo, el equipo está en el tercer año de proyecto solo 3 puntos por encima del descenso y en marzo.

Ayer el consejo puso en manos de Láinez el equipo que Agné ha dejado hecho trizas. La decisión llega tarde, pero era necesaria. Hacía falta un golpe de timón brusco, sacudir conciencias. Como en conciencia y en un serio e imprescindible ejercicio introspectivo debe examinarse el Real Zaragoza en junio: con humildad, capacidad para reconocer equivocaciones y ningún miedo a asumirlas. Sabiendo que el hombre que comete un error y no lo corrige, comete un error todavía mayor.