Como plaza futbolística, Zaragoza es una montaña rusa desde todos los puntos de vista, emocional, social y deportivamente. Se pasa de la gran sequía a la gran remojada y de la gran remojada a la gran sequía con una simplicidad formidable. Es una plaza muy grande y como tal de excesos. De cualquiera un día se propone un monumento y al siguiente se hacen votos por su derribo. Suele faltar desapasionamiento en los juicios y cierta distancia para moderarlos y racionalizar las emociones.

En este intenso proceso de mes y medio, a Láinez le ha ocurrido lo que anteriormente le sucedió a otros. El técnico también se ha visto envuelto en esta llamativa batidora de dictámenes impetuosos. Láinez fue elevado a los altares en cinco partidos brillantes (11 puntos de 15) y ahora empieza a percibir cierto olor a chamusquina de dudas. Ni una cosa ni la otra. Ni dios ni demonio.

César recogió un equipo que Agné dejó camino a la perdición. De forma casi instantánea lo resucitó con buenos resultados, a base de una extraordinaria lucidez en la evaluación de los problemas y mucho sentido común en sus decisiones. En siete partidos, su equipo ha hecho el 52% de los puntos y es el sexto mejor de Segunda, delante por ejemplo del Levante, Girona, Cádiz u Oviedo. Las últimas dos derrotas y la todavía no consumación de la salvación han vuelto a poner en marcha aquella alocada batidora. Una vez más: mesura.