Asumido el brexit, frenados los populismos -al menos de momento- y con un elevado ritmo de crecimiento económico, la Unión Europea se encamina hacia una nueva etapa de su construcción, que el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, quiere acelerar y profundizar. Los duros años de la crisis económica pusieron al descubierto las grandes debilidades de la UE, tan grandes, que en algún momento parecían poner en peligro su futuro. En su discurso sobre el estado de la Unión, Juncker marcó el lunes unas líneas de actuación que, de hacerse realidad, harán una UE más fuerte, más integrada y sobre todo mucho más eficaz. Sus propuestas pasan por el fin de las excepciones, con el euro, la unión bancaria y la libertad de circulación (Schengen) para todos. También propone una simplificación de las instituciones, un superministro de Economía y un presupuesto para la eurozona. Lo que Juncker propone es necesario si la UE tiene que crecer. Pero son los estados los que deben adoptar el programa. Los varios ejes en los que se mueve la UE (el norte-sur, el este-oeste o el político, como más evidentes), con sus propios intereses no siempre coincidentes, hacen difícil alcanzar los objetivos propuestos. Francia y Alemania son muy necesarias en este relanzamiento, pero lo difícil será convencer a muchos países de que pocas veces se presentará una ocasión como esta.

Si algo ha puesto de manifiesto el último debte sobre el estado de la comunidad es que el presidente Lambán quiere seguir en el cargo aunque tras el 8-O deje de ser secretario general del PSOE aragonés, lo cual está por ver. Con Podemos pendiente asimismo de renovar su dirección mediante votaciones internas, todo o casi todo está en el aire. El actual Gobierno se mantendrá si logra negociar nuevos presupuestos y establece algún tipo de relación estable y coherente con las izquierdas que le apoyaron hace dos años. Pero ese objetivo no parece tan fácil de alcanzar, visto como están las cosas.

Tal vez por eso el nuevo líder de la derecha, Luis María Beamonte, ofreció ayer su apoyo como una solución a las previsibles tensiones que se van a producir en la siempre difícil relación entre el Ejecutivo y Podemos. Lambán, visiblemente preocupado por su propia situación y su futuro, se negó a aceptar cualquier otra cosa que no sea un nuevo reagrupamiento de las formaciones progresistas en torno a su figura. Pretende reforzar un pacto que lleva tiempo haciendo aguas. Lo malo es que quienes pactaron en su momento no cesan de acusarle de inacción, falta de objetivos claros y estar desconectado de la realidad y de la gente de la calle.

Cabe suponer que las próximas semanas van a ser decisivas. Para el presidente Lambán, cierto. Pero también para el conjunto de las izquierdas.