La derecha aragonesa, y en particular la zaragozana, está desatada. Mediante relatos y argumentarios (algunos elaborados en sus despachos, otros inventados por fachas espontáneos y odiadores profesionales) han generado una versión según la cual los dos responsables de las principales instituciones aragonesas, el presidente Lambán y el alcalde Santisteve, son lo peor de lo peor. Tal mensaje recorre las redes y no pocos medios de cabo a rabo. Pero su veracidad es muy dudosa. Quienes gobiernan hoy la DGA y el Ayuntamiento de Zaragoza están pechando con el reflujo de la crisis del 2008, pero sobre todo con un modelo de gestión anterior a ellos que, además de prescindir de cualquier estrategia nítida y lógica, desarticuló las estructuras y las cuentas públicas a todos los niveles. Ahora, la Comunidad se pelea con una financiación insuficiente y su capital arrastra una deuda y unos compromisos tan demenciales como sospechosos. Sus administradores actuales no están generando notables mejoras pero tampoco deterioros evidentes. Van salvando cada ejercicio y arreglando la situación como pueden.

Presidente y alcalde circulan por vías paralelas, enfrascados en una refriega (la que se produce a diario entre sus respectivos partidos) que no hace sino desgastarles de manera simultánea. Lo curioso es que están condenados a salvarse o a perderse juntos, porque su destino es el mismo. La derecha va a por los dos.

Significativo: colectivos que permanecieron silenciosos e incluso complacientes durante el gobierno de Rudi (cuando los servicios públicos sufrieron una erosión atroz) alzan hoy la voz, reclamando soluciones urgentes a males que empezaron hace mucho tiempo. Personajes relacionados con el PAR (algunos de ellos trasvasados a Ciudadanos) denuncian situaciones que tienen mucho que ver con dicha formación. Se exige mantener en marcha proyectos costosos e inútiles. El Pignatelli se ve obligado a proteger intereses creados hace lustros y aun decenios. Es muy difícil cambiar un rumbo que no va a ninguna parte. En buena medida, Lambán es rehén del pasado. Pero no ha causado daños irreparables como algunos de sus predecesores. Aunque quisiera, no podría.

A Santisteve le pasa algo parecido. Parece cierto que la gestión del Ayuntamiento de Zaragoza es hoy mucho más transparente y eficaz que antes del actual mandato. Acusado por muchos de ser un aficionado e incluso un lego en materia financiera, Rivarés, el responsable municipal de Economía y Cultura, se ha ido apoyando en técnicos solventes y está poniendo orden en unas cuentas que le llegaron llenas de trampas y desagradables sorpresas.

Más allá de sus respectivas meteduras de pata, de las anécdotas y de las polémicas irrelevantes, aquí no hay desastre que valga, sino unas cuantas cosas que aclarar y que sucedieron antes de que dos equipos de gobierno en minoría (el de la Comunidad y el de Zaragoza) se hiciesen cargo de las instituciones más importantes y emblemáticas. Ni los mismos dioses del Olimpo podrían arreglar el empandullo de hoy para mañana. Pero Lambán y Santisteve no son dioses. Ni siquiera héroes.