La segunda edición del reality show diplomático Trump-Kim Jong-un ha terminado como el rosario de la aurora. Y es que ambos mandatarios, el norteamericano, máximo exponente del capitalismo planetario, y el norcoreano, la más representativa figura del comunismo en estado puro, han finiquitado la cumbre de desnuclearización con un hasta luego Lucas. Después de 45 minutos de bis a bis, y un par de horas de negociación con los respectivos equipos, no hubo entendimiento ni almuerzo de cortesía conjunto. Apretón forzado de manos, y ya veremos. Tanta puesta en escena para nada. Y sobre todo, teniendo en cuenta el despliegue de medios, muy especialmente, el de Kim, que para un meeting de menos de tres horas ha tenido que padecer un viaje de casi tres días en tren, con todo tipo de incomodidades: quesos suizos, vinos franceses, juguetitos Apple, palillos de plata, toneladas de langostas vivas y animadoras que cantan en ruso y coreano. Un tren chuchú de luxe, con asientos de cuero rosa, alfombra roja desplegable en la rampa de acceso y mil perversiones más. Quizás el error fue la elección de la sede de la cumbre, que no debiera haberse celebrado en el hotel Metropole de la capital vietnamita, y sí en ese hotel sobre raíles tan sub géneris, en el que a buen seguro se hubieran entendido mejor, con la amenización de los bailes y cantos de las «animadoras». Lo patético de todo, no es tanto el fiasco-fracaso diplomático sino comprobar que los dos grandes subsistemas políticos que durante décadas llevan enfrentados, están hechos de la misma pasta: a base de langostas y animadoras.

*Periodista y profesora de Universidad