Pan, trabajo y techo. No mariscada regada con albariño, ni hora y media de consejo de administración para dejarse impresionar por un powerpoint de colorines y mucho menos un chalet en Marbella para desconectar de la rutina semanal del ático con terraza. La marea de la dignidad reclamó lo elemental. Un lema que suena a posguerra, hasta allí se ha retrocedido tras siete años de crisis diseñada. El sociólogo de la Universidad de Zaragoza Pau Mari-Klose ya habla de la sociedad de los dos tercios, el otro se está quedando por el camino, marginado, sometido a la pobreza. Miren a su alrededor, es uno de cada tres con los que se cruzan. Se puede proteger la buena conciencia propia al percibir que su aspecto no les delata como la imagen que hemos estereotipado del excluido y concluir que no es para tanto. Al tiempo. Todavía queda guardarropa de temporadas mejores, voluntad de higiene personal y mirada desafiante ante la realidad, pero eso dura lo que dura, como toda impostura. Incluso 50.000 aragoneses de los que trabajan no pueden acabar el mes, sumen los 120.000 en paro y vean si salen las cuentas. Y esto no es más que el germen de una miseria a posteriori, la que arrastrará una generación sin trabajo, o mal pagado, sin capacidad de cubrir la caja de las pensiones. Y aún dice Ignacio González, el delfín de Esperanza Aguirre, que el ideario de la Marcha por la Dignidad coincide con los neonazis griegos de Amanecer Dorado. Eso es lo que te gustaría a ti, pajaro..

Periodista