Asumimos que el actual desconcierto político es, en gran medida, consecuencia de la ruptura del formato bipartidista, en el cual la alternancia funcionaba de manera más o menos automática, bien porque PSOE o PP obtuviesen, respectivamente, mayorías absolutas; bien porque se quedaban muy cerca y les bastaba con echarles un cable a los nacionalistas periféricos. Ahora, por supuesto, todo eso ha saltado por los aires y es preciso armar pactos tripartitos e incluso tetrapartitos y pentapartitos. No hay costumbre. No se sabe negociar. Venimos precedidos de un absurdo radicalismo retórico que impide maniobrar y transaccionar con lógica... Y así nos va.

Pero existe una dinámica de bloques que tiende a la bidireccionalidad: o derecha o izquierda. Y eso que los nacionalistas de la periferia, que son relativamente indefinibles en lo ideológico, han crecido. De esta forma, ahora, aunque se deja notar la ausencia del bipartidismo, su alargada sombra se proyecta sobre el futuro inmediato. Porque el PSOE ha salido con mucho brío de la tumba guiado por Lázaro Sánchez; mientras Podemos se sumerge en ella bajo el supremo liderazgo de Iglesias-Montero, o viceversa. Porque, en la acera de enfrente, Cs se ha obcecado en la pelea por ser hegemónico en el espacio conservador, pero no ha logrado desbordar al PP y ahora este recupera el aliento entre el polvo de la derrota y gobernará todas aquellas autonomías y ayuntamientos que están al alcance de los tres de Colón. Cs presidirá la Asamblea de Madrid, pero no su Ejecutivo. Tendrá delegaciones importantes en la gestión municipal de la Corte, pero no la Alcaldía. Como en Andalucía estará en un papel subordinado. Vox, por supuesto, tendrá que limitarse a dar la murga reaccionaria.

PSOE y PP mantienen su implantación, como demostraron en las municipales. Han acumulado en estos cuarenta años un abultado bagaje de corrupciones, corruptelas, manipulación y uso indebido del aparato del Estado. Sin embargo se les ve capaces de afrontar la adversidad. ¿Volverán a ser lo que fueron?