ANTONIO POSTIGO

Los últimos coletazos de un presidente que deja de serlo son zarpazos de animal herido que dejan maltrecha a la democracia, y no solo a la americana, sino a la democracia universal.

Mientras la política debe ser el arte de gobernar y no el arte de manipular, de mentir y de tergiversar la verdad, Washington ha sido un escenario donde se ha representado la gran mentira. Hacer creer a los ciudadanos cosas que no son ciertas ha tenido un efecto perverso que ha sido retransmitido en directo para todo el planeta: el asalto a todo un símbolo de la democracia.

Mientras las democracias más antiguas eran una referencia para los regímenes no democráticos, hoy, algunas democracias son modelo de no-referencia.

Mientras el espectáculo político es muy poco estimulante y nada edificante, el populismo de algunos políticos, que utilizan las redes sociales como su propio amplificador, ha atomizando a los ciudadanos, los ha dejado indefensos, sin capacidad de reacción. El problema es que una «sociedad consumista solo consume», no analiza, simplemente consume.

Generar progreso y riqueza está muy bien, si no se producen grandes desigualdades, es decir, si no son 85 personas las que poseen la fortuna que iguala a la riqueza del resto del mundo.

Mientras, hemos pasado en poco tiempo de estados paternalistas que cuidaban y protegían el bienestar público a unos gobernantes que no parecen darse por aludidos ante ciertos problemas sociales que les incumben muy directamente, lo que ya dio lugar al surgimiento de instituciones de caridad en el siglo XIX y a las oenegés, en el siglo XX y XXI.

Ya no se habla del proletariado porque no es grato y ha caído en desuso, pero ha surgido otro término peor: el precariado, porque cada vez la fortuna está en menos manos y el resto es cada vez más pobre y precario, donde una ventisca, con nombre de mujer: Filomena, ha puesto de manifiesto este precariado. Las oenegés están en alarma roja, pues el número de usuarios es cada vez mayor, ataca a más estratos sociales, cada vez más precarizados. En España, un covid-19 persistente unido a una Filomena inesperada han sacado a la superficie las desigualdades y han hecho visible una sociedad precarizada y dicotomizada. Si hay que buscar un chivo expiatorio en el otro, se hace sin ningún problema, y nadie asume responsabilidades.

Mientras, los niños nos dan un buen ejemplo de esto: «¡Yo no he sido!» dicen, porque no se atreven a asumir su propia responsabilidad. Se diría que la solidaridad es uno de los valores democráticos más importantes, porque sin ella, perderíamos el sentido de la igualdad.

Los términos que surgieron en la Revolución francesa: igualdad, fraternidad y libertad, no solo no han dejado de estar vigentes, sino que siguen siendo todavía una aspiración en el siglo XXI. No son valores perdidos, sino no alcanzados.

Es cierto que existen otros valores, como la estabilidad y la unión que, hoy más necesarios que nunca, claman por aparecer y desarrollarse.

La solidez de nuestra democracia solo se conseguirá en el momento en que cada ciudadano tome conciencia de sus derechos y sus responsabilidades y ejerza un autocontrol y un heterocontrol sociopolíticos imprescindibles para disfrutar de todos los valores democráticos.

Dejarse arrastrar por las mentiras no es una buena idea, porque ¡las mentiras matan!