Apenas hace quince días que vimos la foto del nuevo consejo de ministros en las escalinatas de la Moncloa y parece que han pasado meses. En unas pocas horas las noticias se quedan viejas; las más novedosas anticuadas y el color de las imágenes va borrándose hasta difuminar los problemas más transcendentes del Estado.

Parece mentira, pero superado el estrés de la investidura, te invade la melancolía hasta desmotivar el debate político con los de siempre. Seguramente porque cada vez hay más gente que no quiere escuchar lo que les hace dudar, y porque las vocingleras respuestas ocultan sus pobres argumentos.

El debate de investidura del día 4 de enero sirvió para comprobar cómo la desmesura de las derechas contribuyó a unir el bloque progresista. Cuando Casado y Abascal terminaron de pintar aquel apocalíptico panorama, daban ganas de coger la maleta y pillar un avión a cualquier parte.

Los aspavientos vividos y las reacciones de estos días transmiten actitudes con efectos muy peligrosos para nuestro sistema democrático. Poner en cuestión la legitimidad del Gobierno solo demuestra su incapacidad de aceptar serenamente su derrota. Hay algunos que parecen necesitar que España se hunda para poder salvarla. Al margen de los éxitos o fracasos que este Gobierno pueda cosechar, necesitábamos un chute de ilusión y autoestima que nos aparte del miedo y la negrura de este neoliberalismo apabullante y opresor que soportamos desde hace nueve años.

El debate y la investidura han dejado secuelas en el PP que todavía está en obras, recuperándose de su demolición electoral, con Casado dando más vueltas que las veletas del campanario. Un lunes se levanta conciliador y en la reunión con los suyos hace una llamada a ocupar el centro político y a rechazar los extremismos; y por la tarde avala a Mayor Oreja cuando compara a este Gobierno con el de Zapatero «que pactó con ETA paz a cambio de poder». Al día siguiente hace que los eurodiputados populares españoles se unan a Vox en contra de su grupo en la eurocámara, para rechazar las advertencias de éste a Polonia y Hungria por ir en contra de la carta de derechos fundamentales de la UE. En apenas unas horas abraza a Aznar y Rosa Díez en Génova y de fin de semana se mimetiza con el pin parental de Vox. Ni los domingos descansa, y por eso lo aprovecha para negar el pan y la sal al Gobierno para las renovaciones en las numerosas instituciones que llevan fuera de mandato más de dos años, como es el caso del Consejo General del Poder Judicial, el Consejo de RTVE, el defensor del pueblo... etc.

Estos continuos cambios de rumbo y el seguidismo de Vox son muy peligrosos para el sistema. Primero porque blanquea sus estrafalarias propuestas, y segundo porque difumina el liderazgo de la oposición que debería abanderar el PP. Porque ser líder de la oposición supone estar en disposición de optar a ser la alternativa de Gobierno, discrepando, confrontando, batallando políticamente para ello, pero con sentido de Estado y responsabilidad institucional y de país. Convertir una organización tan necesaria para nuestro sistema democrático en el eco de la extrema derecha parece poco responsable.

Si bien es cierto que la crispación del año 1996 permitió a Aznar ganarle a Felipe González, la repetición de la misma estrategia por Rajoy entre 2005 y 2008 supuso más votos para el PSOE y cuatro años más de oposición para el PP.

Por lo tanto los réditos electorales que las derechas esperan no son tan seguros. Eso sí, deteriorarán las instituciones, generarán un clima de división y confrontación, impedirán acuerdos institucionales, devaluarán el sistema, pero no tengo tan claro que sea la estrategia adecuada. Así solo consiguen soldar más la coalición, cerrar sus fisuras y eliminar sus discrepancias. Y por otro lado les lleva a vivir en continuas contradicciones entre sus planteamientos y los abrazos a las propuestas de la extrema derecha.

Defender el pin parental es una muestra de todo ello. Al final Casado se ha quedado con el palo de la bandera, pero sus barones y presidentes de comunidades autónomas le han dejado solo mientras es jaleado por Vox.

Cuando las razones se pierden en el ondear de las banderas y soflamas patrioteras, casi siempre esconden su inmovilismo económico y social.