La lealtad entre personas implica una relación de confianza mutua, con independencia de que compartan o no el mismo punto de vista con respecto a una opinión o decisión a tomar. No es un concepto científico de la psicología sino que se enmarca más bien en los valores de la ética. Por ello resulta imposible cuantificarlo. En el campo del márketing se intenta medir. Pero en realidad lo que se valora es la constancia de los consumidores con una marca o un producto.

En nuestro lenguaje social la fidelidad ha cobrado un significado más acorde con la autoridad y el honor. También con la identidad territorial, con la idea de patria, y con las creencias a través de las religiones. La fidelidad se vincula a relaciones personales y se cuestiona tanto en una ruptura de pareja como en el reparto de una herencia. En cambio los animales, además de fieles, suelen ser leales. La fidelidad se compromete con una interpretación patrimonial de símbolos e instituciones. Como los símbolos no pueden respondernos o desmentirnos, se utilizan para justificar cualquier decisión. En los grupos criminales organizados, como la mafia o los narcos, la infidelidad es la separación entre la vida y la muerte. El autoritarismo demanda fidelidad, pero en realidad es una amenaza a quien quiera ser leal.

Esta semana, Luis Enrique, el técnico responsable de la selección española de fútbol, ha acusado a Robert Moreno de ser desleal. Su regreso al frente de la Roja ha supuesto la ruptura profesional y personal con su antecesor. En sus explicaciones a los medios de comunicación detalla lo ocurrido. Según él, su antiguo amigo y colaborador le dijo el 12 de septiembre que quería seguir hasta la Eurocopa. A partir de ahí ya conocen el desenlace y el desencuentro. Está claro que se ha roto la confianza entre ambos. Pero Moreno ha sido leal. Le ha dicho a Luis Enrique lo que pensaba y deseaba, aunque no le gustara. Quizás a corto plazo hubiera sido menos dañina la fidelidad, al menos para uno de los dos protagonistas. Robert seguiría siendo segundo entrenador deseando ser el primero. O el actual seleccionador hubiera debido esperar a su regreso cuando deseaba incorporarse inmediatamente. Es lo que tiene la lealtad. Que se trata de un valor muy poco valorado.

En política, el juego de las confianzas y desconfianzas se suma al de las fidelidades que muchas veces recuperan su vieja relación con el vasallaje. La discrepancia se paga tanto como se premian los aplausos cercanos por muy falsos que suenen. Un buen político puede y debe rodearse de gente de confianza. Pero sobre todo necesita gente leal. Un buen asesor debe decir lo que piensa a un cargo público, con independencia de que guste más o menos a su jefe. Y un responsable político debe atender a opiniones leales que le hagan ver puntos de vista diferentes del suyo. Solo así le podrán ayudar a tomar decisiones con todas las variables. Si quienes aconsejan lo hacen porque reciben un salario, que agradece el apoyo dado en su momento a un dirigente político, se establece una corte y no un gabinete cooperativo. Es mejor ser leal como la vida misma.

En cambio, la derecha zaragozana prefiere ser fiel a sí misma y mantiene fidelidad a sus principios y símbolos. El más llamativo es su concepto de igualdad. Los conservadores siempre quieren que la igualdad lo sea para todos de la misma manera. La izquierda defiende que para que haya igualdad el concepto que debemos aplicar es la proporcionalidad. Dar más a quien más necesita y recabar más a quien más tiene. Es curioso como este criterio tan cristiano lo aplican los progresistas y el concepto más comunista, de total igualdad, lo defienden las derechas. Con esa fidelidad eclesial el gobierno municipal de la triple derecha de Zaragoza quiere dar, por igual, apoyo a los colegios concertados de propiedad religiosa tal y como la reciben los públicos. Se pretende incluir a los centros vinculados a la Iglesia en el Proyecto de Integración de Espacios Escolares. Y para que les lleguen los recursos habrá que recortar dinero de, adivinen, los actuales programas de educación pública. Pura derecha. Tan pura que tendrán que confesarse por seguir gobernando con Vox. El bloqueo institucional de la ultraderecha, con su negativa a rechazar la violencia machista, no se redime con ninguna penitencia. Así lo demuestran dirigentes sin vergüenza como Smith & Wesson que vuelve su cara dura ante las víctimas. Que tengan cuidado sus aliados en el gobierno del PP y Ciudadanos. Ya saben el dicho. Quien con fascistas se acuesta, machista se levanta. Y es que los únicos Carcas buenos son los hermanos cocineros. Eso sí que es lealtad a la verdadera casa de San Pedro. La del restaurante. Que la gastronomía es laica hasta para las buenas hostias.

*Psicólogo y escritor