Poco ha publiqué en este periódico Cómo mueren las democracias, basado en el libro de Levitsky y Daniel Ziblatt. Siguen apareciendo más sobre el mismo tema. De David Runciman, Cómo terminan las democracias. De Yascha Mounk, El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro. Y del discípulo de Tony Judt, Thimoty Snyder, Sobre la tiranía: veinte lecciones que aprender del siglo XX, del que hablaré hoy.

Snyder nos muestra la acción política para ciudadanos conscientes de que la democracia está en crisis. Fijándose en los regímenes de Hitler y Stalin y cómo fueron posibles, sin que nadie se diese cuenta, nos propone una fórmula para enfrentarnos a las tiranías que se nos vienen encima. Parece una profecía de lo que nos espera después de los imperios emergentes, los partidos populistas, y los nacionalismos excluyentes. Los inicios de los regímenes de Hitler y Stalin, de la mano de un gran historiador, nos servirán de aviso a lo que estamos viendo. Es una voz de alarma, de toma de conciencia, y de propuestas de acción.

La primera lección es de no obedecer por anticipado, pues en el pasado el autoritarismo se ha nutrido en gran parte del poder que se le ha otorgado libremente. No pocos optaron por la claudicación preventiva ante la opresión, la censura y el ataque a los derechos y las libertades. Después de las elecciones de 1932 en Alemania, que llevaron a los nazis al gobierno, o tras las elecciones de 1946 en Checoslovaquia, donde los comunistas ganaron, se produjo la obediencia anticipatoria. Gracias a que en ambos casos un número suficiente de personas brindaron voluntariamente sus servicios a los nuevos líderes, los nazis y los comunistas se apercibieron de que podían avanzar rápidamente hacia un cambio total de régimen. Y después ya resultó imposible revertir los primeros e irresponsables actos de conformidad. La mayor parte de los alemanes o austriacos o los colaboracionistas de cualquier país como de la Francia de Vichy.… «supusieron lo que querían sus superiores y demostraron lo que se podía hacer». Según Maciek Wisniewski, en la liquidación del gueto en Kaunas -el centro del nacionalismo lituano y la capital del país en el periodo entreguerras- los más ardientes perpetradores fueron los lituanos: en uno de los episodios más nefastos (la masacre en los garajes Lietükis) un grupo de judíos fue ejecutado públicamente con bates y varillas de acero, mientras los nazis miraban y sacaban fotos; tras apalear a una docena de hombres uno de los verdugos se sentó en la pila de cuerpos, agarró el acordeón y empezó a tocar el himno nacional. Era mucho más de lo que Hitler hubiera imaginado.

La ciudadanía indiferente o confiada cree que las instituciones se sostienen por sí mismas o por los fundamentos democráticos que las sustentan. No, las instituciones hay que hacerlas nuestras y defenderlas cada día. Es un error presuponer que los gobernantes llegados al poder a través de las instituciones no pueden modificarlas ni destruirlas. A veces se las priva de vitalidad y de funciones, y se las convierte en un simulacro de lo que fueron, de modo que se ajustan al nuevo orden en vez de resistirse a él. Es lo que los nazis denominaban Gleichschaltung (coordinación). En menos de un año se consolidó el nuevo orden nazi. Lo hizo Putin una vez que llegó al poder. Y Trump. ¿Lo hará Bolsonaro?

Tras los riesgos llegan las propuestas de soluciones. El ciudadano consciente de lo que está pasando ha de implicarse en cada elección, votar siempre. «El protagonista de una novela de David Lodge dice que uno no sabe, cuando está haciendo el amor por última vez, que está haciendo el amor por última vez. Pues con el voto pasa lo mismo». Algunos alemanes que votaron al partido nazi en 1932 sin duda eran conscientes que podrían ser las últimas elecciones libres durante algún tiempo, pero la mayoría no lo sabía. ¿Los brasileños hoy están seguros de otras elecciones libres? Como decía Víctor Klemperer: «No somos más sabios que los europeos que vieron cómo la democracia daba paso al fascismo, al nazismo o al comunismo durante el siglo XX».

Si «todos los grandes enemigos de la libertad fueron hostiles a las organizaciones no gubernamentales, a las instituciones benéficas…», lo que hay que hacer es crearlas y participar activamente en ellas.

Hay que desmarcarse de la gran mayoría. No es fácil. Incluso puede resultar extraño hacer algo diferente. Pero sin esa incomodidad, no hay libertad. Cuando alguien rompe el hechizo del statu quo, como lo hizo Rosa Parks, detrás vendrán otros.

Consolidar una vida privada, ya que los gobernantes se sirven de lo que saben de nosotros para manipularnos. Utilizar menos la red. Hablar más con la gente cara a cara. Conocer gentes de otros países. Creer en la verdad, ya que si nada es verdad, nadie puede criticar al poder, al no existir base para hacerlo. La posverdad es el prefascismo. Investigar y comprender las cosas por uno mismo. Hacernos responsables de la información que consumimos y difundimos. Dedicar más tiempo a la lectura de libros y artículos largos. Subscribirse a la prensa seria. Así el engaño es más difícil, aunque en política que a uno le engañen no es una excusa.

Asumir el riesgo de tomar decisiones, participar en la vida pública, no aceptar el mal como inevitable, y saber que somos responsables de lo que nos pase.

*Profesor de instituto