Ayer se cumplieron 10 años de la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers (LB), el símbolo del inicio de la crisis económica y social que ha transformado el mundo, y no precisamente para bien. Solo 10 días después de la caída de LB, el presidente francés de entonces, Nicolas Sarkozy, pronunció un solemne discurso en Tolón en el que anunció la refundación del capitalismo. Diez años después, de esa refundación no se tienen noticias y el mundo en general, y particularmente Europa, se encuentran sumidos en una grave crisis de representación política, con un avance de los populismos de cualquier signo, y la primera potencia mundial está dirigida por un presidente, Donald Trump, que ha capitalizado en gran parte las consecuencias devastadoras de la crisis económica, beneficiándose del voto antiélites de las clases medias empobrecidas y desencantadas.

La crisis, que se inició en EEUU con el estallido de las hipotecas tóxicas, se trasladó rápidamente a Europa debido a la globalización y a la debilidad de sus instituciones financieras. En EEUU, la crisis costó ocho millones de empleos y siete millones de desahucios y hubo que destinar 700.000 millones de dólares para paliarla. En Europa, los efectos no fueron menores. Solo en España, el rescate de la banca ha costado más de 40.000 millones. Tanto en un lado como en el otro del Atlántico, millones de familias se empobrecieron a niveles desconocidos y aumentaron brutalmente las desigualdades sociales.

Europa ha reaccionado de manera más firme, con mecanismos como la supervisión financiera única o la unión bancaria, pero las dificultades con que se topan las reformas indican las resistencias de los nacionalismos y del capital. En EEUU, las medidas de Obama para acabar con la selva neoliberal quedaron cortas y están siendo desmanteladas con desvergüenza por Trump. Un ejecutivo en EEUU vuelve a ganar 312 veces más que el trabajador medio, los bonus regresan con esplendor y la deuda pública y privada no cesa de crecer. En España, trabajo precario y una enorme brecha de desigualdad son heridas aún lacerantes. La economía se recuperó, pero no el bienestar social. Todos los actores económicos auguran que otra crisis financiera no tardará en llegar. Si nada cambia, la única duda es qué presidente o jefe de Estado dirá otra vez que es inexcusable la refundación del capitalismo.