El viernes 24 de enero deL 2020, el PSOE registró en el Congreso de los Diputados la ley que legaliza la eutanasia, que será gestionada por el Servicio Nacional de Salud y financiada con dinero público. El 11 de febrero comenzó la tramitación, que fue aprobada para su toma en consideración con 201 votos a favor (la mayoría absoluta está en 176). Luego se remitió a la Comisión de Sanidad parlamentaria para su articulación. 2020 parece, pues, que será el año en el que se legalice la eutanasia en España. Se prevé que para el verano. Ojalá.

Salieron ya los primeros exabruptos y disparates, tanto por parte de PP («la eutanasia solo servirá para recortar gastos»), de Vox («la eutanasia como solución final»), de algún obispo y de alguna organización cristiano-dogmática.

El texto registrado por el PSOE explica que esta práctica será de aplicación a «toda persona mayor de edad y en plena capacidad de obrar y decidir» que pueda «solicitar y recibir dicha ayuda», siempre que lo haga «de forma autónoma, consciente e informada», y que se encuentre «en los supuestos de enfermedad grave e incurable o de enfermedad grave crónica, causantes de un sufrimiento físico o psíquico intolerables». Será, por tanto, el propio enfermo quien deba solicitar la eutanasia a su médico y éste deberá informarle debidamente del proceso que ha de seguir. Como habrá tiempo mientras dure la tramitación, no exponemos ahora otros aspectos susceptibles de mejora del todavía proyecto de ley, sino solo algunas consideraciones generales.

Desde siempre se ha podido percibir que la huida del dolor y del sufrimiento ha sido una constante en la Humanidad. A lo largo de la Historia se ha tratado de regular la muerte producida de forma voluntaria, tanto la realizada por el propio sujeto como la realizada por terceros, mediante normas escritas o no, siendo estas normas un reflejo de las concepciones imperantes en cada época, ya fueran religiosas, filosóficas, científicas o de cualquier otro orden. Las prácticas eutanásicas y el suicidio por motivos altruistas, eran bastante frecuentes en los pueblos primitivos.

Tanto en Grecia como en Roma hubo numerosos defensores y algún detractor de la eutanasia, como lo atestiguan numerosos documentos y testimonios literarios. Epicuro sostenía que había que tener miedo al dolor pero no a la muerte, porque «cuando tú estás (existes), la muerte no está; y cuando la muerte está, tú ya no estás». Posteriormente, prácticamente todos los pensadores griegos, salvo Hipócrates, justifican la muerte voluntaria en el ser humano. El juramento hipocrático era, en su época, una defensa de los enfermos vulnerables para evitar los envenenamientos. Actualmente, se hace de él un uso impropio y descontextualizado. Pero son los estoicos los que de manera más clara mantienen en su concepción ética la prioridad humana y la libertad sobre la vida y la muerte. Séneca afirma taxativamente que «es preferible quitarse la vida a una vida sin sentido y con sufrimiento». Incluso el cristianismo, en un principio no solo no condenó el suicidio, sino que incluso lo consideró como un gesto heroico, para escapar al deshonor o como una forma de aceptar el martirio. Es a partir del siglo IV cuando, para evitar el gran número de suicidios de creyentes fanáticos, que pretendían, a través de la inmolación, conquistar el paraíso, se comenzó a condenar la eutanasia. Agustín de Hipona y Tomás de Aquino son las dos grandes referencias de esta prohibición en el dogma católico. Podríamos seguir hasta la actualidad con grandes nombres justificadores de la eutanasia, pero no caben en la brevedad de un artículo.

Creo conveniente subrayar que la eutanasia es una cuestión político-jurídica, que es lo propio de una sociedad democrática de derecho. La moralidad de ese acto, como la de todos, es una cuestión de nuestro fuero interno. No existe una moralidad objetiva, pues todas están condicionadas por principios sociales y políticos. La propia etimología de mos, moris (moral) o de ethos (ética) significa costumbre, y no otra cosa es la Ética sino la consideración y selección de las costumbres de cada época. Si, en definitiva, la finalidad de la ética es la consecución del buen vivir, éste no se entiende sin un buen morir, secuela lógica e inevitable.

Frente a un 84% de la población española a favor de la eutanasia, ningún argumento justifica que no se regule. La creencia individual, de tipo religioso, en la sacralidad de la vida es por completo respetable, pero, obviamente, no se puede imponer a toda la sociedad. No olvidemos que el actual Código Penal español, en su artículo 43, condena al que induce o ayuda al suicidio de otro, a una pena de prisión de entre dos y diez años. Es tiempo ya de añadir la eutanasia a los derechos civiles e individuales que tenemos en España.

*Profesor de Filosofía