La primera vez que tuve conocimiento de la existencia de dicha enfermedad fue hace ya veinte años, cuando hice las Milicias Universitarias en el Centro Regional de Mando de Zaragoza: se desató un brote, de cierta virulencia, y hubo que hacer auténtico encaje de bolillos para que, siguiendo órdenes del mando, los hechos no llegaron a conocimiento de la tropa, ni al gran público. Estos días el brote ha vuelto a ser detectado, al menos en el hospital Clínico. Sigo con especial atención la prensa nacional, y no veo --ni recuerdo-- episodios parecidos en ninguna otra ciudad española, y ello me lleva a pensar que, o tenemos muy mala suerte en Zaragoza, o el bichito en cuestión se encuentra especialmente a gusto entre nosotros. Lo cual resulta un tanto sorprendente, porque no somos ni la ciudad más fría, ni la más cálida; ni la más húmeda, ni la más seca. Ni siquiera la única, porque hay otras muchas ciudades españolas que parecen ofrecerle las mismas condiciones de estancia. Y sus efectos, hasta ahora, se han extendido a personas mayores y a una joven con problemas de salud; con ser ello lamentable, induce a pensar que la cepa no es de las más dañinas.

*Abogado