Me siento moralmente obligado a tomar la palabra. Confieso que no tengo nada nuevo que decir o añadir a lo que siempre he dicho. Estoy a punto de salir para Jaraba y cerrar allí tranquilamente los últimos días de la campaña de verano sin perder el humor, ni entrar en otra en la que sobran gritos y el silencio de los hechos está al caer. Así que he optado por traducir al castellano un texto escrito en catalán en marzo de 2010 para un discurso pronunciado en Calaceite, que considero oportuno en las actuales circunstancias y en todo caso cómodo como pretexto para cumplir con el expediente. Quizás hubiera sido mejor --y desde luego más cómodo para mí-- publicarlo en catalán. Pero esto en Zaragoza es hoy por hoy prácticamente imposible. En castellano, eso espero, suena así cuando se lee:

Gracias, amigos. Muchas gracias. Confieso que me complace ver cómo reconocéis con este homenaje los méritos que haya podido hacer defendiendo nuestra lengua. Estoy contento, ufano y a punto de levitar. Aceptaré vuestros halagos y me dejaré mecer el corazón, a mis años, como si fuera un bebé en su propia cuna. Aprendí de mi madre a hablar, es decir, a escuchar y a hablar en absoluto, en general, pero fue casualmente en catalán. Soy hijo de Favara del Matarranya, como sabéis, y en otras ocasiones he recordado un canción de cuna con la que me acunó mi madre:

"A nonon, a nonon,

tu mare està al forn,

tu pare al molí.

Te farán una coca,

amb oli i sagí".

Mi madre era de casa Panillo, de Favara. Y mi padre de casa Bada, de una familia descendiente de un tejedor occitano casado en "Vilalba dels Arcs" hace la tira de trescientos años, conocida también en la villa como casa "del P. Joan", un exclaustrado de la trapa de Maella acogido allí por sus parientes.

Conservo un puñado de recuerdos personales de mi padre, Josep, que perdí en la guerra, y otros confiados por Genoveva, su viuda y nuestra madre. Pude hacer todavía con él un viaje de "ca Panillo" a "ca Bada", de Favara a Vilalba, y a la inversa, el mismo que haría muchas veces con mis hermanos en la posguerra, en carro, el que pasa el Algars por un vado y se adentra en tierras catalanas subiendo por la "Vall de un Quadret" hasta la venta de "Sant Joan", atraviesa la "Vall Major" antes de llegar a Batea y sube hasta Barball, un punto desde el que se deja ver de lejos la torre de Vilalba, la más galana de la redolada, y donde invariablemente mi padre --según contaba la madre-- se ponía a cantar L'Emigrant de Verdaguer con la música de Amadeu Vives:

"Dolça Catalunya,

pàtria del meu cor...".

Momento en el que mi madre, invariablemente también, le preguntaba: "Josep, què no't trobes bé a Favara?" Y él soltaba una carcajada como siempre... Se entendían muy bien, porque no solo hablaban la misma lengua sino que se querían mucho.

Una lengua, amigos, no es solo un vehículo de información. Es como la piel de una cultura y la casa que habitamos. Y en el fondo incluso, antes que el cauce que lo contiene, el río que pasa y que nos lleva: palabra viva. Pero algunos se quedan con la glera, otros con los peces o cualquier cosa que haya o se pesque por allí o con el agua para regar... Yo, amigos, prefiero la conversación, el canto, el diálogo que no para, el río que pasa y une las riberas como el hilo de la aguja las costuras, prefiero bañarme en la corriente humana que nadie puede detener y en el verbo que fluye como la misma vida que siempre es convivencia.

Una lengua no existe en el diccionario aturada ni está empapelada en los libros. En tal sentido es una cosa que no me dice nada, letra muerta, tradición traicionada y enterrada, depositada como "la santa tradición". Una lengua vive en la conversación, acontece como verbo en la palabra viva, existe así y sólo así es lengua humana. Solamente así es verdad que los hombres se entienden hablando. Y si no se entienden, no se hablan de ninguna manera.

Tal ha sido siempre mi forma de entender el tema de las lenguas en Aragón y del catalán de la Franja en particular ya sea Oriental u Occidental según se mire desde la parte aragonesa o catalana del territorio. Y lo que nunca he podido comprender es que unos de acá no lo entiendan y otros de allá tampoco. Me parecen todos na-z-ionalistas de una y otra banda y, por tanto, incompatibles. No se quieren.

Me pregunto, amigos, si nosotros que vivimos en la Franja no seremos la oportunidad perdida para abrazarnos. Que Dios nos valga y San Cristobal,"amics del Matarranya". Y si no ha de ser para bién, mejor que nuestro río se la lleve.

*Expresidente del Consejo de las Lenguas de Aragón