Antes, la unanimidad era generalmente despreciada. El muro de Berlín proyectaba una larga sombra sobre el Occidente de Europa. Al otro lado estaba el uniformismo y la adhesión; en el Oeste, la confrontación, la controversia y el pluralismo democrático. Los líderes de los partidos europeos tenían que fajarse con sus bases para conseguir una síntesis. Si había unanimidad, manifestada en el apoyo al líder, se tildaba lo ocurrido como votación a la búlgara , paradigma de un partido dirigido con mano de hierro por su aparato.

Lenin escribió en marzo de 1921, en el proyecto de resolución del congreso sobre organización del Partido Comunista: "El congreso llama la atención de todos los miembros del partido acerca de la unidad y la cohesión de sus filas y la absoluta confianza en la dirección del partido (...) que son particularmente necesarios en estos momentos en que (...) aumentan las vacilaciones entre la población pequeño burguesa del país". Y eso que Lenin no conocía, como ahora José María Aznar, los detalles del plan Ibarretxe o la existencia del tripartito catalán.

CUANDO LApolítica formaba parte de la pasión de nuestras vidas, los partidos de izquierda creían en la organización de masas como auténtico nervio de la vida política. La maquinaria, el aparato , adquiría vida propia, y con una cohesión envidiable concurrían en la vida pública. Eso lo descubrió Aznar mientras Antonio Hernández Mancha daba sus últimos estertores políticos. Me imagino que el joven inspector de Hacienda ya había leído las obras escogidas de Lenin, en tres tomos, publicadas por la editorial Progreso, de Moscú. Aznar le dio el mando de los antidisturbios del PP a Francisco Alvarez-Cascos.

Se ha producido la paradoja de que Aznar ha aplicado las enseñanzas de Lenin en el PP, impidiendo cualquier debate, incluso para meter a España en una guerra, mientras los socialistas siguen discutiendo casi todo tratando de ponerse de acuerdo. La cultura de izquierdas se ha ido haciendo pequeño burguesa; los conservadores se han hecho leninistas en la concepción del partido. De eso se han dado cuenta Pilar del Castillo y otros distinguidos comunistas de antaño, que no han podido resistir la pérdida de autoridad y disciplina de la izquierda y se han ido a buscarla al partido conservador o a las columnas de ABC. Eso se llama coherencia.

Se ha impuesto el pragmatismo. El modelo social de la política ya no es la democracia interna sino la disciplina. Se valora la obediencia y se prohíben las iniciativas propias. Frente al desparpajo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra se exhibe la ciega disciplina del ministro Eduardo Zaplana, que no dudó en desmontar su despacho en la Generalitat valenciana y venirse para Madrid en cuanto el líder se lo insinuó. Los miembros del PP saben que un guiño del líder es una orden irrefutable. ¿Alguien esperaba un voto en contra en la Junta Nacional del PP cuando Aznar informó que el elegido era Mariano Rajoy? Sólo un voto en blanco --el de Rajoy, que ante todo es un caballero-- y ninguno en contra. ¿Quién dijo votación a la búlgara?

VLADIMIRIlich Ulianov, Lenin, tuvo sus diferencias con Trotski y Bujarin, pero al menos se tomó la molestia de discutir con ellos. No se conoce una discrepancia consentida en la historia política de Aznar. La gran victoria de Aznar es que España le ha cogido gusto a la disciplina porque los especialistas en propaganda del PP han hecho notar que el bienestar --aparente o real de España-- tiene que ver con la obediencia. Lo mismo ocurrió cuando se forjaba la Unión Soviética frente a tantos enemigos exteriores. En España tiene mucha más importancia que Aznar ponga los pies encima de la mesa de George W. Bush que exigir un debate de política exterior para el envío de soldados españoles a la guerra de Irak.

A la muerte de Vladimir Illich Lenin ocupó el poder Josif Vissarianovich Dugashvili, más conocido como Stalin. No contento con las enseñanzas del líder, hizo una profunda purga para demostrar que su predecesor sólo había esbozado el camino de la unanimidad que él consolidaría con el terror.

La gran ventaja que tenemos en España es que las enseñanzas de Aznar no necesitan progresión; son suficientes en un país en el que Alfredo Urdaci toca el tambor con ritmo asonante y cada vez hay más gente que le ha cogido gusto a marcar el paso sin salirse de la fila. Definitivamente, si Lenin levantara la cabeza se iría a jugar al pádel con Aznar.

*Periodista.