El pasado viernes se cumplieron 100 años del nacimiento del escritor siciliano Leonardo Sciascia, fallecido en 1989. Sus novelas, donde en ocasiones jugaba con géneros como el policíaco o el histórico, eran a veces la investigación de un misterio que no llegaba del todo a resolverse y eran también alegorías sobre el poder y la corrupción, y denuncias de la connivencia entre la democracia cristiana, la iglesia católica y la mafia. Entre esos libros que son lecturas apasionantes y reflexiones irónicas y fértiles sobre los mecanismos del poder están 'El contexto' y 'Todo modo' (en Tusquets, como buena parte de su obra). Sciascia es también autor de 'El caso Moro', un libro estremecedor y discutible en algunos aspectos sobre el secuestro y asesinato del político Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas.

Sciascia tuvo un vínculo importante con nuestro país, plasmado en el libro 'Horas de España'. Una de las imágenes más famosas del escritor es una fotografía donde camina por las calles de Belchite. La fotografía es de Ferdinando Scianna.

He leído estos días otra obra de Sciascia, 'Los tíos de Sicilia': un libro modesto y divertido pero también tristísimo, que incluye cuatro cuentos sobre la relación entre la historia y la vida cotidiana, sobre los efectos de las grandes ideas y la cutrez de quienes las proclaman, con una mirada que combina la sabiduría irónica y resignada y una humanidad sin aspavientos. Trata de la memoria y la infancia pero también del choque con la modernidad: de las paradojas de la historia. Es menor y desaliñado y a la vez está casi todo.

La primera historia trata de la fascinación de los italianos por EEUU en la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores. Los habitantes de un pueblo esperan la llegada de los soldados estadounidenses: algunos, entre ellos el padre del narrador, arrancan de su ropa las insignias fascistas pero, como los que llegan son alemanes, luego intentan recuperarlas. Otra habla de Calogero, que se pasa la vida justificando las decisiones de Stalin y discutiendo con el cura, y que al final pide al sacerdote un poco de caridad con el tirano. En otro de los relatos se describe la llegada de la revolución a una pequeña localidad en el siglo XIX: si hay que hacer la revolución, me apunto, dicen el obispo y el barón. En la última historia un minero en la ruina va a España a luchar en el bando franquista. El relato transcurre en buena parte en Aragón: aparecen Belchite, Teruel. "En Zaragoza --cuenta el personaje--, todos estos sentimientos y resentimientos se ajustaban, tal vez porque había prostitutas y frente a una mujer, sea o no prostituta, un hombre quiere ser siempre uno mismo; además estaba el vino, ese momento de verdad que el vino da antes del vaso que nos emborracha". @gascondaniel