Desde que a mediados del siglo XVI inventaran la Leyenda negra, los ingleses han mirado a Europa, especialmente a España y países del sur, por encima del hombro. A base de libros primero, de revistas y periódicos después y de cine y TV ya en el siglo XX, cierta intelectualidad inglesa ha presentado a los españoles como sanguinarios genocidas en los países que conquistaron y a los británicos como agentes portadores de la civilización a territorios retrasados habitados por razas inferiores.

La historia no fue así. Es cierto que los españoles impusieron su poder y fuerza, como cualquier conquistador que se precie, aunque en alianza con tribus indígenas como los tlaxcaltecas, que estaban hasta los mismísimos de ser masacrados y esclavizados por los aztecas; pero los españoles también fundaron escuelas y universidades en América Central y América del Sur, propiciaron avances legales como las Leyes de Indias o las aportaciones del jurista Francisco de Vitoria, que desde su cátedra de Salamanca consideraba que todas las personas nacían libres e iguales, y propiciaron el mestizaje.

Dos siglos después de Francisco de Vitoria, los ingleses trataron a los indígenas de América del Norte, África, Asia y Oceanía como seres inferiores. El racismo anglosajón se basaba en la idea de superioridad de la raza blanca, especialmente la aria, sobre las demás. Lean las tesis de algunos de esos civilizados ingleses de los siglos XVIII y XIX sobre las razas inferiores (árabes, hindúes, africanos, amerindios, maoríes, asiáticos) y lo de ese canalla criminal llamado Adolfo Hitler les sonará bastante.

Pero pese a la salvaje y supremacista colonización anglosajona, y la de sus retoños estadounidenses, ganaron la batalla de la propaganda.

Mientras presentaban la colonización española como la peor de las catástrofes, los británicos del siglo XIX masacraban, violaban y expoliaban sus colonias de África y Asia, y los norteamericanos hacían lo propio en las llanuras del Medio Oeste, exterminando o reduciendo a las infamantes reservas a los sioux, comanches, apaches y demás pueblos indios.

Gran Bretaña, aunque quiere mantener su estatus de gran potencia, ya no es lo que fue. Su Parlamento, otrora célebre por su seriedad, es un gallinero de vociferantes políticos mendaces que no saben sacar a su país del fiasco en que lo han metido con el brexit.

Con trampas, como tantas veces, los políticos británicos han logrado ganar un par de semanas de tiempo, pero la Unión Europea no debería ceder a ese chantaje.

*Escritor e historiador