Todos recordamos que siendo niños nuestros padres nos educaban en el comportamiento que debíamos tener en nuestra forma de ser y actuar. Eran las normas de convivencia a tener presente, tanto en el entorno familiar como en la sociedad en general; sucedía que debíamos entenderlas bien y cumplirlas o nos podríamos enfrentar a una reprimenda o castigo. Tanto es así, que Serrat en su canción Esos locos bajitos, nos lo cantaba: «Niño deja ya de joder con la pelota. Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca».

Creo que sobra decir que las normas son el fundamento para la convivencia de cualquier modelo de grupo de personas: familias, municipios o naciones, así como agrupaciones vertebradoras de todo tipo. Es una obviedad que todos los que compartimos espacios lo entendamos como necesario, y los pocos que se declaran al margen, de una u otra forma, manifiestan su papel de irresponsables y egoístas. No deseo adjetivarlos más.

El sentido de la norma tiene su principal valor en que para su elaboración ha tenido como fundamento la participación del conjunto total; esto que, dicho así de simple, es la democracia, le aporta el significado de seguridad de la misma basada en el respeto a la regla. Y así, conseguimos una convivencia no solo para el presente, sino también garantista de futuro.

Planteado el sistema como necesidad, deberíamos estudiar la cantidad y la afectación de la norma al uso de las libertades individuales. Para que esto tenga el sentido y la finalidad buscada, debemos no perder de vista el artículo 6 del Código Civil, que en su punto 1 dice: «La ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento», y claro, esto será posible de observar cuando las condiciones, circunstancias y posibilidades así lo permitan.

Desde 1982, y hasta el nacimiento del actual Gobierno, se han aprobado 310 leyes orgánicas, 1.124 leyes ordinarias y 497 decretos leyes por el órgano legislativo del Estado, es decir, sin incluir la legislación aprobada por las comunidades autónomas, cuyo volumen podría llegar a ser descomunal.

Podrán decirme, y será cierto, que no toda la legislación tiene efectos directos en todos los ciudadanos que constituyen España, pero si prestamos atención, aunque solo sea de manera indirecta, la legislación aprobada repercute en todos nosotros. Llegados a este punto, hagamos la pregunta del millón referida al artículo 6 del Código Civil: ¿qué ciudadano conoce el conjunto de las normas?, y no me refiero a un dominio exhaustivo de las mismas, sino simplemente a su existencia a través de la lectura.

Por tanto, en cuanto a jurisprudencia, deberíamos asumir legalmente que desconocemos la enorme mayoría de las normas y cómo nos afectan a los ciudadanos, pues estoy seguro de que estamos infringiendo algunas de estas sin saberlo y, lo más grave, nadie se enterará de ello. Entonces, ¿es lógico que se esté legislando de manera permanente, si su uso en muchos casos se utiliza para eludir otras normas?

Sinceramente les digo que con este esfuerzo legislativo, desmesurado en cantidad, deberíamos ser capaces de reconvertirlo en una doble variante: la primera, aprobar normas clarificadoras y posibilitadoras del valor de nuestra convivencia, para que los ciudadanos no tengan dudas sobre su forma de actuar y puedan comprometerse en construir una sociedad conveniente para todos; la segunda, conseguir que, a través de la educación, las personas tengamos un comportamiento responsable, tanto para el conjunto como para cada uno de sus individuos. Cuando esto se consiga no tendremos necesidad de tantas normas legales, pues llevaremos implícito la más adecuada norma de ser.

Por consiguiente, la educación es el mejor baluarte que tenemos para convivir en paz, ya que a través de ella conseguimos ciudadanos con un claro pensamiento en que el respeto es la mejor forma de vivir, y de esa manera los demás tendrán esa misma deferencia con nosotros. Ya lo he manifestado en varias ocasiones, pero me reitero: la educación es para todos una inversión y nunca será un gasto.

Deseo aclarar que no estoy propugnando la eliminación de normas, muy al contrario, defiendo la calidad frente a la cantidad de estas, y que la combinación de la educación y las leyes sea la mejor marca de nuestra sociedad. Porque a modo de ejemplo, ¿cuál es la cantidad legislativa que existe en el tema impositivo/fiscal? Yo diría que enorme, y cuántos ciudadanos entienden lo más básico de esta, pocos no, menos todavía. Es tan complicada que ni siquiera para hacer una declaración personal se consigue un pequeño entendimiento.

La educación es el pilar principal para la natural convivencia de la sociedad que cada momento nos toca vivir. También nos permite entender las leyes que marcan la receta sobre la cual debemos establecer el respeto entre todos nosotros y es el complemento sobre el cual debemos realizar nuestro desarrollo como personas. Y así, todos nosotros, los ciudadanos, comprenderemos qué significa la sociedad como fórmula de convivencia.

*Presidente de Aragonex