Aceptemos que la palabra «liberal» tiene múltiples significados y no estoy seguro de que todos los que se denominan a sí mismos como tales compartan una misma identidad, los mismos principios o parecido proyecto económico y político. Si Friedirich Hayek, uno de los defensores del liberalismo, viviera en estos tiempos no sé si se atrevería a defender aquella idea del «funcionamiento espontáneo» de la sociedad, de manera que la sociedad de mercado impondría sus normas por encima de toda consideración ética o política. Si a estas alturas no hemos aprendido que confiar en que la espontaneidad de la sociedad mercantil, de manera que los individuos puedan conseguir sus objetivos egoístas sin ninguna otra regulación que la que garantice sus actividades, nos lleva al desastre, a una sociedad radicalmente desigual e injusta, no hemos aprendido nada. Es sabido que los neoliberales se esfuerzan en disminuir el tamaño del Estado, es decir de lo común, pidiendo permanentemente la disminución de impuestos. De esta manera sistemas de protección como el sanitario, los Servicios Sociales, la enseñanza, la seguridad pública, las pensiones… todo es terreno abonado para el mercado, para el negocio personal. Por el contrario la libertad debe permitir también que los individuos se asocien para conseguir objetivos comunes y construir juntos un sistema social que asegure una existencia digna a todos los seres humanos, no sólo de aquellos que «se lo puedan pagar». Resulta curioso ahora observar como los liberales de pro, en estas circunstancias exigen del Estado ayudas sin límite y sin más justificación. O sea, cuando gano dinero, que me bajen los impuestos y ahora, cuando la pandemia me lo impide, el Estado me tiene que sacar de esta porque es su obligación. A mí me parece estupendo eso de que «nadie se quede atrás», pero los neoliberales deberían actuar coherentemente.