El tópico de que la prostitución es el oficio mas viejo de la Tierra es cierto. Y como los más viejos también viene a resultar, en ocasiones, de los más nuevos, pues contra prédicas morales o en el viento de la tolerancia, nunca ha cesado de existir. En España los burdeles fueron prohibidos por el generalísimo Franco en 1956, suele decirse que por presiones de la Iglesia católica. No es ningún secreto lo que la institución mandaba --y quiere aún mandar-- en España. Con todo, el régimen franquista no tuvo mano tan dura contra ese vicio, visible y visitable, por ejemplo, en el antiguo Barrio chino de Barcelona. (Y no deja de haber una rara contradicción entre la represión liberal que ahora buscan algunos, y aquella relativa tolerancia dictatorial).

Hoy, la moral puritana imperante (desde el Papa a Bush, el César) pretende decirnos que la prostitución es mala y condenable porque trafica con seres humanos. Por supuesto que todo tráfico con seres humanos es condenable, pero ¿dónde quedan entonces las mujeres --y los hombres-- que voluntariamente eligen ganarse la vida con el sexo y no con las manos?

Cierto que hay mafias, proxenitismo y suciedad y molestias para muchos cuando la prostitución, vilmente, se ejerce en la calle o en condiciones infrahumanas, en zaquizamís sin higiene ni dignidad. Pero eso (higiene, dignidad, discreción, abolición de la llamada trata de blancas) se conseguiría muy fácilmente: legalizando lo que es un hecho, y bastante más frecuente de lo que suele creerse. La legalidad (el control) eliminaría las mafias, la prostitución de menores y los problemas sanitarios. Ni una sola mujer --u hombre-- estaría en un burdel sin quererlo expresamente. ¿Es tan difícil, tan raro? El modelo holandés, como en tantos temas de ética liberal. En verdad, un modelo de ética humanística --pensada para el hombre-- frente al modelo de moral religiosa, pensada (o construida) para los preceptos de un invisible Dios.

Porque el asunto de una vez por todas debe aclararse desatando el falso nudo gordiano, que lo impide: no es lo mismo delito que pecado. Los cristianos podrán seguir predicando --tienen todo su derecho-- que el gozo carnal es pecado y vicio. Pero quienes no seguimos los áridos credos de las religiones monoteístas de origen semítico, no tenemos porqué estar de acuerdo. Y la sociedad civil moderna castiga el delito, nunca el pecado.

Cristianos y católicos --ahí radica el origen-- distinguen axiológicamente las partes del cuerpo humano: cabeza y manos, por ejemplo, son partes nobles, así que es muy lícito usarlas y valerse de ellas, aunque sea como el picador que taladra la mina de carbón, siempre en condiciones durísimas y hostiles. Es un héroe. Por el contrario, toda la zona erógena (las partes pudendas ) es sucia e innoble. Por eso es santo trabajar con las manos, pero pecador y maldito trabajar con el sexo. El héroe oscuro frente a la meretriz empecatada.

YO CREO QUEuno de los mayores sustos que se llevaría la sociedad moralmente ultraconservadora y un tanto ciega (al confundir o querer confundir temas distintos) sería comprobar cuanta gente se dedicaría libremente a la prostitución --al menos una etapa de su vida-- si el tema fuera legal y limpio. Si se barrieran tabús. Ni ser minero ni taxista --dos ejemplos al azar-- suelen ser grandes vocaciones, sino más bien modos de vivir. Dejando de lado que existe una prostitución de superlujo entre mujeres que ya tienen otro trabajo, la mayoría de la gente que se prostituye --cierto-- no cumple ninguna vocación, simplemente asume un modo de vida, y prefiere trabajar con el sexo que con las manos. Así de sencillo.

Es verdad que hay gente que, razonablemente, acepta el sexo vendido, pero no deja de advertir la pobreza psicológica de un sexo, habitualmente, sin amor. Sin entrar en mayores debates (pues hay matices) no parece difícil estar de acuerdo. El sexo de alquiler no es, a buen seguro, ningún ideal. Es un parche. Una solución de emergencia, que a muchas personas --a un lado y otro-- les arregla un poco la vida. Un arreglo para compensar carencias del mundo o de la propia biografía. Si quieren algo del antiguo rigor, "un mal necesario".

La prostitución en sí misma --digámoslo claramente-- no es ningún especial problema si se legaliza y se controla, incluso pagando a la Seguridad Social. El problema radica en la ilegalidad o semilegalidad actual que genera todo tipo de oscuridades, sordideces y tráficos ilícitos, engañando a mujeres que no quieren hacer lo que se les condena a realizar. Eso sí debe ser perseguido y regulado por la ley, pero no la prostitución misma, una manera de la libertad, aunque aún suene raro oírlo. Porque el pecado es una cosa y el delito otra, y no habrá sociedad moderna y libre hasta que no se separen nítidamente esas esferas que llevan siglos confundidas, y sobre todo entre nosotros. Que cada cual crea lo que guste, pero que la sociedad civil se destutele de las creencias religiosas. El que busca legalizar la prostitución es mayor y más claro enemigo del proxeneta que el que la penaliza.

*Escritor.