Una de las actuales incertidumbres se encuentra en el razonamiento de que el ser humano es bueno por naturaleza y, por ende, el conflicto algo malo. Esta dualidad se ha repetido a lo largo de la historia de la humanidad, pero lo cierto es que el hombre ni es bueno ni malo por naturaleza. Y aquella paz perpetua que proponía Kant no favorece el desarrollo social. El conflicto ha permitido la evolución del mundo hasta el día de hoy.

Desde el origen de los tiempos la libertad determinó el éxito de la evolución. Fue condición necesaria para que apareciera la vida. Luego se impondría al ser humano. No somos almas inmateriales que dominamos nuestro destino. Somos diferentes unos de otros, y podemos afirmar que hasta contradictorios, el último eslabón conocido de una evolución de la que desconocemos su fin.

La libertad apareció en el momento que surge la vida, dentro del caos y del azar, hace 3.500 millones de años. El primer halo de vida nace del acierto de una unión celular sumergida en la anarquía más radical. Comienza así la evolución, en un contexto de libertad en un mundo caótico. El hombre se encuentra al final de esta evolución, desconociendo, en gran medida, que la libertad ha construido lo que somos y seremos. De esta manera la libertad se hace imprescindible para nuestra supervivencia como seres humanos.

Escribe el antropólogo y profesor Manuel Delgado, que la libertad es protagonista en muchas parcelas de la vida actual y es proclamada de manera solemne, casi religiosa, ya que remite a una suerte de valor abstracto y universal tan incuestionable como imposible de definir. Los homínidos tras su aparición no han dejado de diversificarse en infinidad de combinaciones posibles: depredadores, audaces, hiperactivos, etc. La libertad desde el origen de los tiempos participó en la creación de la vida, siendo desde ese primer momento el factor más importante de la evolución. La especie se ha consolidado gracias a su inclinación a hacer uso de la libertad.

Y llegados a nuestros días nos encontramos en un momento de la evolución en la que el hombre está empeñado en reglamentar esa libertad. En unas culturas por imperativo divino, en otras por imperativo administrativo o económico. Y justo ahora, nos encontramos desorientados, en busca de fundamento y orden para organizar la sociedad, cuando en todo tiempo hemos sido sorprendidos por la libertad, origen de la propia vida humana.

En nuestra cultura occidental, el imperio de la tensión financiera deja pequeños resquicios para que en la justificación de un hipotético bienestar se regulen situaciones con una visceralidad innecesaria. Hoy nuestra sociedad, con un porcentaje de desempleo que haría salir a la calle a nuestros padres, e inasumible en cualquier estado moderno, se reúne a la greña injustificadamente entorno a una ley sobre el aborto. A ninguna mujer se le obliga a abortar, y sin embargo nadie en esa discusión se adentra en las razones de por qué alguien desea no compartir el camino con un hijo. En el sufrimiento tan desgarrador de ese proceso. Se discute acaloradamente por la vida mientras se desprecia con indiferencia el sufrimiento de nuestros semejantes. ¿Es eso la laica solidaridad o el piadoso amor al prójimo? Tenemos respuesta en el Leviatán de Hobbes: el hombre es un lobo para el hombre.

El escaso margen de poder que mantienen los dirigentes de la sociedad se vincula a "normalizar" (de norma) la vida de los ciudadanos, mediante códigos que disminuyen la libertad y limitan la posibilidad de decidir. Así se ha conseguido que el hombre actual está más preocupado por las formas visibles, que del contenido. En lo externo que en lo interno. Lo más alarmante es que lo fomentan aquellos que se enaltecen como líderes religiosos y/o políticos, conduciendo a una sociedad de fachada y sin contenido.

Y Luis Vilas Buendía, sociólogos clínicos y docentes universitarios.