Esta semana se ha conocido la sentencia que condena a un año de cárcel a la joven Cassandra Vera, por publicar en las redes sociales chistes sobre el asesinato de Carrero Blanco, aquel sicario de la dictadura franquista que tenía las manos manchadas de sangre inocente y que acudía a misa diaria, tal vez para pedir perdón por sus tropelías políticas y sociales. La justicia ha encontrado a esa joven culpable por atentar contra el honor y burlarse de una víctima del terrorismo. He visto algunos de los comentarios y chistes colgados en su perfil de twitter por la señorita Vera y, en mi opinión, me parecen de mal gusto, burdos, poco inteligentes y carentes de gracia. Y no sólo en lo que corresponde al atentado contra el que fuera presidente del Gobierno en el franquismo, sino también por otros comentarios sobre diversas personas de la política actual. Pero el que a mí o a su señoría, la que ha firmado la sentencia, esos chistes nos parezcan de mal gusto y poco adecuados en absoluto justifica ese año de cárcel.

En un sistema democrático, las penas deberían estar en consonancia y proporción con la gravedad de los delitos cometidos. Opinar libremente, aunque pueda ser para algunos ofensivo, no es motivo para condenar a una persona a la cárcel. Por supuesto, creo que los jueces deben juzgar hechos consumados y la policía evitar la perpetración de delitos y perseguirlos, pero nadie tiene derecho a condenar a otro por una opinión. Nuestro código penal persigue a quienes alientan e incitan a la violencia, al racismo, a la xenofobia o a la discriminación por sexo, religión o raza, pero una cosa es incitar al odio y otra muy distinta hacer chistes y emitir opiniones. Además, el idioma español es riquísimo en lo que se refiere a insultos, improperios, menosprecios y demás «lindezas»; basta con leer a Cervantes, Quevedo o Cela para comprobarlo. Afortunadamente, nuestras leyes amparan el derecho de todo el mundo a la vida y al honor, aunque se trate de personajes tan poco honorables como Carrero Blanco, cuyas opiniones serían ahora condenadas por incitación al odio y a la violencia.

Esta sentencia sienta un precedente peligroso y supone una regresión en nuestras libertades, y los comentarios de la señorita Vera son un palmario ejemplo de que este país necesita mucha más educación, mucha más cultura y mucha más elegancia. A enseñar esos valores debería dedicarse nuestra casta política, y quizá sería suficiente para construir un país mejor, más justo, más culto y más libre.

*Escritor e historiador