Las conductas absolutamente determinadas, como las de las máquinas clásicas, son incompatibles tanto con la libertad como con su habitual pareja de baile, la desobediencia, pues la posibilidad de elegir entre el camino correcto o el penalizado es inexistente. Esto solo ocurre en sistemas, como las sociedades, cuya actividad está regulada por leyes. Con ellas, quienes las escriben o dictan, dando igual que el orden sea democrático o no, imponen un abanico de respuestas que oscilan entre la responsabilidad de quien elige la buena y la desobediencia del que opta por las malas. Como en los dos casos las respuestas consisten en elegir uno de los dos caminos diseñados de antemano por las preguntas, dando igual que unos sean los estimulados positivamente y otros los castigados, la libertad y la desobediencia son mínimas o de grado 1.

Por encima de este nivel en el que se desenvuelven los conversos, hay una libertad o desobediencia de tipo 2. Aquí se encuentran las respuestas perversas, consistentes en decir si y no, defender una cosa y la contraria, afirmar lo correcto y lo opuesto o, en general, mezclar cosas distintas, que hacen añicos la lógica interna del orden e igualmente deja desnudo al legislador. Las conductas perversas suelen lograrse a base de humor y parodia, recursos que provocan, aunque sólo sea por un instante, que las distinciones y jerarquías se disuelvan, dejando al descubierto el sinsentido e indeterminación de la vida colectiva. De hecho, la risa, que nos distingue de los otros animales, es una reacción desesperada, casi puramente física y carente de simbolicidad, destinada a tapar ese vacío. Que esta reacción sea también placentera indica lo mucho que también atrae esa vida que queda fuera de la malla de prescripciones y proscripciones entre las que se desenvuelve nuestra conformidad. Este afuera convocado por las acciones perversas también logra inmiscuirse en el orden a través de cambios, conflictos y crisis, que obligan al orden a (re)escribir las leyes, añadir otras e interpretar o aclarar todas para (re)conquistar su coherencia. El conjunto de las réplicas que fallan y de las intrusiones que no cesan tiene un fuerte componente cómico que pocas veces se alcanza a ver porque el observador, como suele estar comprometido con unas acciones u otras, tiende a perder de vista el conjunto.

Finalmente, hay una libertad y desobediencia de grado 3 con las que los interpelados por las leyes alteran o cambian la situación o contexto del que emergen todos los dictados. Es lo que ocurre cuando el interpelado por la ley adopta una posición catatónica y no responde. Es también lo que pasa cuando, ante la pregunta, el actor individual o colectivo, en lugar de responder, activa su lado esquizoide, hace otra cosa y traza así nuevos caminos por los que después, otros, quizás se atrevan a transitar, lo cual abrirá el campo de lo posible. Y es también lo que sucede cuando el interpelado, incapaz de soportar la dominación, de un modo abrupto o hebefrénico, se rebela y coloca directamente fuera. Lo hace al sustituir por otras las relaciones que no soporta, las leyes que no le gustan, las instituciones que no acepta, etc.

Si la libertad y desobediencia de grado 3 tienen éxito crearán un nuevo orden que, inevitablemente, producirá sus propios dictados, lo cual generará nuevas posibilidades de subversión. Y así indefinidamente. Con esta espiral subversiva emergerá de un modo activo la indeterminación que en la desobediencia perversa o de tipo 2 solo se sentía y en la conversa de tipo 1 casi ni se presentía. Esa indeterminación que las leyes y legisladores tanto temen es el auténtico reverso de cualquier orden basado en la dominación, pero es también la única fuente de cambio, algo que es fundamental tanto para los sistemas sociales como para los vivos, pues ambos sólo pueden sobrevivir a base de cambios.

La libertad y la desobediencia que los independentistas catalanes exhibieron el 2017 apenas fue de grado 1, principalmente porque el Estado casi siempre fue por delante al dictar normas, lo cual provocó que el independentismo no pudiera dar un paso que no fuera ilegal. Después, con los procesamientos y juicios, así como con las trabas a los imputados para que fueran candidatos a President, resultaran elegidos en los distintos procesos electorales y obtuvieran su acta o no se la arrebataran, el independentismo ha alcanzado una libertad y desobediencia de grado 2 a base de enredar, pervertir, confundir, etc. las leyes. Esta actitud ha sido alimentada por el propio Estado con un movimiento de enredo, perversión y confusión simétrico pero inverso. El espectáculo resultante, para quien lo pueda ver, es realmente cómico. Lo que, en cambio, ha faltado en el conflicto catalán es una libertad y desobediencia de tipo 3, precisamente la que el stablishment pretende pero no logra imputar. H *Catedrático de Sociología

de la Universidad de Zaragoza